Perth, Western Australia
-día 496-
Este texto, creado a base de extractos de mi cuaderno, terminó perdiéndose por el desierto, aquí habría estado si no, puntualmente, el 20 de febrero.
Llegué puntual al lugar acordado, Nick estaba ya esperándome, vestía una camiseta sucia y llena de agujeros, un bañador descolorido y caminaba descalzo. Este es el coche -me dijo- señalando a un enorme Toyota Land Cruiser que había comprado de segunda mano- y caminando por la inmensa playa me fue contando los planes que tenía por Western Australia. Acepto -le dije-. De acuerdo, nos vemos entonces el lunes a primera hora.
No negaré que hubiese preferido haber preparado un mínimo el viaje colectivamente, haber conocido a los otros miembros del grupo antes de lanzarnos a la carretera, una minúscula preparación… but this´s Australia, mate! Sentía que la importancia del grupo, las conversaciones por el mero placer de conversar, el tener todo el tiempo del mundo para disfrutarlo despreocupadamente, incluso la ignorancia del concepto del tiempo, todo ello ya había quedado atrás, en los países subdesarrollados, empobrecidos, menos favorecidos, en vías de desarrollo… (que cada uno elija su eufemismo favorito).
Ok guys, ready to hit the road? -preguntó una voz- y el Toyota arrancó, dirección sur, al ritmo de música country. No correspondía esto a la Australia de mi imaginación: todo era verde alrededor, el paisaje bullía de vida en el extremo norte del salvaje y olvidado Territorio del Norte, pero poco a poco, los árboles fueron dando paso a las praderas, y éstas, a la inmensa sabana. Esa misma primera tarde, mientras nos estábamos instalando en el área de acampada, un grupo de canguros se pasaron a ofrecernos una clásica postal, los carteles me prohibían el baño argumentando cocodrilos poblando las aguas, decenas de cacatúas salieron mientras el sol se despedía, y durante la noche, en la plena oscuridad del parque nacional de Katherine (tierra recuperada y gestionada en la actualidad por los aborígenes) los rangers capturaban una pitón de 5 metros. Australia… vine a visitarte por otras razones, pero estás empezando a ganarte mi cariño.
Parece que entre el grupo había prisa… ¿prisa? ¿para qué? Ahhhh, por alcanzar la playa; a dos días de viaje hacia el oeste, bueno, no conozco nada, lo mismo me da que me da lo mismo. Las horas de coche transcurrían despacio entre armónicas, banjos y guitarras eléctricas mientras el desierto empezaba a dejarse intuir. Pasamos junto a la “escuela del aire más grande del mundo”, que no es sino una enorme antena de radio con un profesor emitiendo para todos los estudiantes que reciben la lección desde sus casas-granjas, en cientos de kilómetros a la redonda, comienzo a concebir que Australia es grande, muy grande, y muy vacío de gente. “Hay poca comunicación en el grupo, pero el paisaje es increíble, y mis pensamientos también” -escribí en mi cuaderno de viajes el segundo día-.
El sonido de la soledad, las estrellas en el desierto, mi mente trabajando: planes, planes, planes… ¡qué preciosa sensación! (día 3)
Día 4: Fue en el momento de llegar a Broome, 2.000 km al suroeste de Darwin, que fuimos alertados por varios carteles: Cyclone evacuation zone, Danger area, Cyclone information center, cyclone, cyclone… Cyclone?? Sí, parece que algo estaba viniendo hacia la costa del noroeste, aún así, probamos fortuna y como mandaba la tradición, volvimos a plantar las tiendas, esta vez colocando todos los vientos, y cerca del coche, por si acaso. Las horas pasaban y no venía ciclón alguno, en su lugar, la magia de la puesta de sol en la famosa Cable Beach nos dejó ensimismados durante una buena hora mirando al horizonte; desde esta playa un cable telegráfico conecta Australia con Indonesia, vuelvo a soñar, mientras un grupo de camellos atraviesa la playa con los últimos tonos rojizos del día.
¡Con razón es este un espacio sagrado para los aborígenes!, tal y como muestran los paneles de información, ¡y qué espacios! Algo especial tiene este continente que los espacios abiertos parecen infinitamente más grandes, y uno mismo infinitamente más pequeño, y esos espacios que si no se presta atención parecen no decir nada, en Australia lo son todo, esas inmensas visiones le confieren su identidad personal, le otorgan una belleza indescriptible, a la que cuesta acostumbrarse.
Día 6: “¡Anoche nos dieron duro! Jamás en ningún otro lugar había visto nada así, en cuanto se puso el sol, una nube de mosquitos nos recubrió enteros, poco importaba lo que te echaras, lo que quemaras, a donde te metieras, cuanto juraras o cuanto resistieras… era un ataque sin piedad que se prolongó durante horas, los que osaron entrar en mi tienda lo pagaron caro, y tras las decenas de mosquitos que aplasté (ya cenados) esta mañana parecía que había cometido un crimen, con toda la tela llena de sangre. La mañana no empezó mejor: no sé si llamarlo ciclón o no, pero el viento arrancaba los enganches de las tiendas y las lluvias torrenciales no ayudaban, no quedaba otra que recogerlo todo como se podía y emprender la huída antes de que cerraran la pista… tarde, estaba ya toda inundada, al final el coche nos sacó de allí, amortizando el gasto de la tracción a las cuatro ruedas”.
Día 8: “Cuando el desierto se extiende infinitamente ante la vista, cuando el paisaje torna monótono e invariable, son los cielos tropicales en plena estación de lluvias los que toman el relevo de crear un sinfín de formas y colores, o simplemente de ofrecer una pequeña demostración de la vasta inmensidad y poder de esta tierra. Es tiempo para la reflexión, el desierto me habla y a mí me parece entenderle, creo que en los próximos días voy a tomar una difícil decisión”.
Día 11, Kadidiri National Park: “LLevamos once días de ruta y no ha habido mucha novedad en cuanto al tema que más me desagrada. Desde el primer momento no tuve ningún problema en acostumbrarme a dormir en el suelo, a comer una vez al día, a beber a veces agua de lluvia, a los insectos, a las enormes distancias en coche, a la escasa higiene, al calor extremo, a la lluvia, al dolor físico… me gusta el estilo del viaje, lo considero un viaje más puro que lo que he hecho durante los meses anteriores, la pura esencia del viaje clásico, un modelo autosostenible, más respetuoso con el ambiente y que no se aprovecha de las ventajas económicas de nuestros países con respecto a los lugares por donde viajamos; sí, me gusta mucho, y seguiría el tiempo que hiciera falta conociendo este lugar especial. Pero si hay una cosa a la que no me he acostumbrado es a que me organicen el viaje, a que ciertos planes sean prácticamente impuestos con buenas palabras al resto del grupo, a haber erradicado las decisiones en común… intenté poner solución, nada cambió; yo no soy el dueño del coche, así que poco más tengo que decir, estoy decidido: mañana a primera hora dejaré al resto, y continuaré el viaje en solitario hasta Perth. Un cúmulo de hechos e ideas me ha llevado a tomar esta decisión, y aunque todo será más duro y se volverá más difícil e imprevisto, creo que será mejor que esta desidia, donde hasta los más impresionantes paisajes me están empezando a dejar indiferente”.
(horas después):
“Hay que saber encajar una derrota. Ya lo tenía todo planeado para iniciarme en el autostop en medio del desierto: donde ponerme, la comida, el agua… me sentía impaciente y enérgico, hasta que el camionero con el que acabo de hablar me habló de la nueva tormenta que acaba de ser ascendida a ciclón grado 1, con vistas que toque mañana la costa oeste. Se preveen graves inundaciones en la zona y el cierre de carreteras… parece que no era el momento, así que salvo que mañana vuelva a cambiar de opinión, tendré que retrasar mi partida”.
Día 12: “Así estoy, tan cambiante como el tiempo. Lo hice, al final, y confieso que me gusta la sensación; dura, físicamente, pero pura vida para el espíritu. Me sienta bien regresar al escalón más bajo de la escala social, volver a depender de los demás, para aprender de mis errores y reflexionar sobre algunos comportamientos y pensamientos que tuve a lo largo de estos meses atrás en Asia, cuando era el ‘sir’ o el ‘mister’.
(horas después…)
“No me sentó mal del todo esta ducha torrencial tras unas horas de extenuante calor, poco más podía hacer que quitarme la camiseta y recibir con alegría este refrescante baño. Y aquí sigo, tirado literalmente en el medio de ninguna parte, en un punto cualquiera de una infinita carretera que se extiende en línea recta hasta ambos horizontes, a 300 km de cualquier lugar habitado, expuesto al ardiente sol y a los cientos de moscas, entre la amenaza de un ciclón aproximándose y la esperanza de encontrar a un ser altruista que quiera compartir unas horas de conversación y un buen puñado de kilómetros hacia el sur…”
EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO…