Texto que llega con un exacto mes de retraso… ¡Cruel procrastinación, deja ya de ensañarte conmigo!
Vancouver, BC, Canada,
-dÃa 759 –
Comenzaré hoy reproduciendo un escenario corriente, común en los hogares de todo el mundo: tras ser invitado a una generosa cena, me presento voluntario a fregar los platos, Frances viene a ayudarme y comienza una ordinaria conversación que viene ya directamente doblada al castellano, en enlazadordemundos.wordpress.com todo son comodidades:
Adrián: «Por cierto, Laura me ha invitado a pasar el DÃa de Acción de Gracias con su familia en Kelowna, me han dado un par de dÃas libres en el trabajo y aprovecharé para recorrer el Valle del Okanagan».
Frances: «¿Ah, sÃ? A mà también me invitó, pensaba ir con el coche el viernes por la tarde, viene muchÃsima gente, ¡va a ser un gran fin de semana!»
A: » ¿Te llevas el coche? Y que te parece si… ¡claro, si salimos unos dÃas antes y nos vamos a las Montañas Rocosas!»
F: «¿En tan poco tiempo? No sé yo si…»
A: «SÃ, bueno, será rápido, pero mejor que nada, ¿no? Podemos conducir de noche para ganar tiempo, es más, voy a llamar a un par de amigos que seguro se apuntarÃan y asà compartimos gasolina…»
(TodavÃa quedaban restos de thai green curry en la mitad de los platos y ya tenÃamos organizado un improvisado road trip de una semana por las Rocky Mountains: un coche, cuatro personas, dos tiendas de campaña y grandes dosis de irresponsabilidad. SaldrÃamos pasado mañana).
Todo sucedió tal y como estaba no-planificado: menos de 48 horas después salÃamos en un coche que rezumaba comida y trastos de acampada, llovÃa a cántaros en Vancouver, y la noche empezaba a caer sobre la ciudad. Próxima parada: el Parque Nacional de los Glaciares.
Se notaba como el frÃo habÃa ya tomado el interior de la provincia, una lluvia fina se habÃa mantenido fiel a nosotros durante todo el viaje y el otoño, que se presentó de golpe y con prisas ya lo habÃa cubierto todo de amarillo nostalgia. No una sino varias canciones de La Ronda de Boltaña se solapaban en mi cabeza… el problema no mejoró cuando me encontré de repente con una réplica a tamaño natural del macizo de las Tres Sorores.
No es conocido Canadá precisamente por ser un destino económico para el turista, llevábamos meses aprendiéndolo, y toda la infraestructura turÃstica de las Rocosas no cumplÃa otra función que la de darnos cierta envidia cuando el frÃo y la lluvia arreciaban más de lo previsto. Pero los que tan improvisadamente nos habÃamos aventurado a la excursión ya sabÃamos que para dormir no hace falta más que sueño, que ninguna comida se saborea más que cualquier cosa asada en un fuego abierto tras una dura jornada de montaña, y que no hay mejor manera de terminar esas jornadas que compartiendo una botella de vino y risas bajo los resplandecientes glaciares y una incipiente nieve que comienza a cubrirlo todo… es hora de dormir, acurrucados y tiritando, mientras se escucha el rugir de la lucha de las aguas del rÃo contra las rocas.
Y asà transcurrieron los dÃas, veloces como el paso del otoño, conduciendo de noche, pateando de dÃa, entre bosques, lagos y glaciares. Se dio la particularidad de que este 12 de octubre, dos maños autocondenados al ostracismo celebramos nuestra fiesta particular ascendiendo la Ruta de los Siete Glaciares y llevando el cachirulo bien alto.
Una vez se puso el sol, como ya me tocó hacer anteriormente tantos domingos por la noche, tuve que dejar atrás los montes y emprender camino hacia tierra plana, con escasas diferencias: antes dejaba atrás esas tucas del Sobrarbe, y ahora descendÃa de las Montañas Rocosas, las mismas ganas de quedarme, la misma tristeza.
Fue una larga ruta descendiendo entre interminables valles que brillaban intensamente a la luz de la luna, horas y horas de zig-zags, bosques, nieves, rÃos, lagos… que se iban haciendo más y más sutiles, aun sin nunca llegar a disiparse completamente, pues es el paisaje que da razón de ser al Estado de British Columbia, y este estado es la imagen que a cualquiera le viene a la mente cuando le mencionan la palabra «Canadá»; pasada la medianoche llegábamos al pueblo de Kelowna, en pleno corazón del Okanagan. Laura salió a recibirnos, hambrienta de detalles del que fue calificado como «alocado» plan, nosotros los intercambiamos gustosamente, hambrientos de necesidades más mundanas. Todos quedamos ampliamente satisfechos con el resultado.
El DÃa de Acción de Gracias (Thanksgiving Day), que todos hemos visto hasta la saciedad gracias a la incansable labor de Hollywood por exportar sus valores culturales a lo largo y ancho del globo, parece que tiene su origen en una combinación de tradiciones europeas e indÃgenas americanas, donde ambas culturas daban gracias por una fructÃfera cosecha. Debido a las temperaturas que se nos vienen y a lo poquito que dura el otoño en estas latitudes, en Canadá se celebra un mes y medio antes que en el vecino sureño, y su ejecución es tan simple y maravillosa como cualquier otra fiesta de relativa importancia en otro punto del planeta: festival de platos. Tantos como quepan en la mesa, con el tradicional pavo como estrella principal, ¿pero sólo vas a comer eso? ¡de mi casa tu no te irás con hambre! ¡paf! antes de que te des cuenta ya te han calzado otro plato. Y es que hay ciertos comportamientos que parecen estar bien enraizados en el inconsciente colectivo humano, afortunadamente.
Pasamos el dÃa que nos quedaba explorando el valle del Okanagan, pequeño oasis de sol y agradables temperaturas alrededor de un fértil lago, un pequeño microclima mediterráneo que ha favorecido que la región se subespecializase en la bodega de Canadá, con nuevos pero prometedores vinos, quesos y aceites. Laura, acumulando aún más méritos de anfitriona ejemplar, nos preparó un circuito por las bodegas alrededor del valle, catando los diferentes vinos que se cultivan en la región, incluido el famoso ‘ice wine’, que se cosecha cuando las uvas están ya congeladas conservando asà el azúcar más concentrado y resultando un vino dulce especial para postres. En definitiva, un dÃa atÃpicamente esnob que puso fin a la improvisada escapada.
Moraleja
Fregar los trastos puede resultar mucho más divertido de lo que puedes creer.