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La última frontera

10 septiembre 2012

Zaragoza, Aragón, España

La constancia nunca fue una de mis virtudes, pero sí la tozudez. Recién llegado de una nueva escapada europea que me permite aterrizar en España de una manera más suave, voy a intentar publicar las últimas entregas de un Viaje que bien merece un respeto y un cariño.

De P’al sur

El último clic del ratón sobre la casilla «aceptar» había cambiado toda mi percepción y mi filosofía de viaje. Hasta ese momento no me había querido percatar de que acababa de hacerme enemigo del calendario, desde entonces una fecha resonaba en mi cabeza como un mantra: 18 de julio, y aunque hacía logrados esfuerzos por ignorarlo, siempre hallaba la manera de atacarme en los momentos más vulnerables… No, no es cierto, tú fiel seguidor del blog ya sabes que a veces me gustan los melodramatismos… si de algo estaba seguro en el momento de comprarme el vuelo es que nada era seguro, ese billete de vuelta acababa de convertirse en una posibilidad real, una opción de salida, que llegado el momento podría elegir entre tomarla o rechazarla, y confiaba en que conforme la fecha se acercara sabría identificar qué era lo que realmente quería.

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En ese tiempo me sentía abundante en muchas cosas, pero no en dinero precisamente, y aunque el precio de ese vuelo Cancún-Madrid sólo era de 110 euros tampoco quería malgastarlos, creo que de una manera inconsciente estaba seguro de lo que hacía, y el hecho de haberlo comprado ya indicaba unas ganas de cambio. Las razones eran muchas y variadas, y las resumiré como algo en mí que me decía que ya estaba satisfecho con los difusos objetivos que pobremente me había marcado al inicio del viaje, también que a lo largo de éste había aprendido mucho y había adquirido varias y buenas rutinas, algunas iniciativas interesantes también, y que necesitaba un lugar estable donde poder llevarlas a la práctica.

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El truco para consumar el regreso consistía en mantenerme alejado de un mapa del continente americano, porque sabía perfectamente que ese contorno de curvas y rectas y valles y ríos y montes y pueblos y aventura e incertidumbre me excitaría como el primer día, y mientras quedara tierra por delante seguiría caminando sin plantearme el regreso, salvo quizás, que siguiendo las caprichosas formas de los continentes un día me volvieran a traer a la tierra en que nací.

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El caso es que quería intentarlo, y cuando por fin quise tomar el asunto en serio, me di cuenta de que me separaban de mi aeropuerto 9 días, más de 2.000 km por carreteras mexicanas que quería recorrer íntegramente en autostop y varios proyectos por hacer… ¿de verdad quería tomar ese vuelo? Dicen que en estos casos, una vez se da el primer paso ya se ha conseguido media empresa, y una mañana de lunes conseguí sacar el pie de Tepoztlan, un pueblo maravilloso que tan bien me había tratado, dirección sureste, atravesando pequeñas y milenarias rutas por los estados de Morelos, Puebla y Oaxaca.

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Este último no quería perdérmelo, ahí no daría concesiones, su capital, Oaxaca de Juárez, es una ciudad con fondo de tradición y forma colonial, decorada con artesanías de todo tipo y aliñada con una de las gastronomías más exóticas y deliciosas que hasta entonces había probado, donde curiosos turistas de todo el mundo se camuflan entre estudiantes nacionales, la cultura rezuma por entre los adoquines del pavimento, la rebelión se esconde tras las esquinas, huele a mole y a frutas, a chocolate y a tlayudas… huele a antigüedad.

De P’al sur
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Aunque cada familia tiene su propia vida económica, todas en conjunto participan en el «tequio», trabajos colectivos destinados al beneficio de la comunidad. Este trabajo comunal, gratuito y obligatorio asegura los lazos de cooperación comunitaria […]

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Perdón por el flashazo, estaba oscuro…

LLegar al salón de clases era un verdadero martirio. Los golpes del profesor caían inclementes sobre aquel chamaco que se atrevía a pronunciar palabras en mixteco…

De P’al sur
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Me habría quedado en el estado durante más tiempo, me habría quedado a vivir, puede que lo haga un día, me pareció que la ciudad me invitó a ello. Pero no ese día, para ese entonces ya tenía otros planes y al tercer día huí, discretamente de noche, compinchado con un intempestivo atole con tamales que me dio fuerzas para empezar camino; se supone que lo iba a hacer todo en autostop, pero como se me había metido en mi cabeza aragonesa que quería cruzar la Sierra Madre hasta el estado atlántico de Veracruz, decidí tomar un bus que me sacara de la ciudad y me avanzara parte del camino; el destino tiene un humor fino, porque con las primeras cuestas el autobús se descompuso y el autostop fue comunitario atravesando en grupo los valles donde nació y vivió el admirado Benito Juárez.

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Fue una jornada larga, pesada e inolvidable, decenas de coches me llevaron de pueblo en pueblo atravesando la montaña; y en escasas horas pasé de un reconfortante café a tres mil metros de altura a un pozol fresquito para combatir el calor pegajoso de los trópicos veracruzanos. A mí paso por Tuxtepec me topé frente a frente con «La Bestia», ahí estaba vieja y sucia, estacionada en una olvidada estación, inofensiva y mansa… me estremecí y la imaginé en plena actividad (para saber más sobre los abusos y extorsiones a indocumentados a bordo de este famoso tren de carga, recomiendo leer esta reciente entrevista a Alejandro Solalinde o el reportaje de Jon Sistiaga).

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LLegué a Villahermosa, estado de Tabasco, pasada la medianoche, habiendo pasado un huracán que derribó palmeras sobre la carretera y pasando las últimas horas a ritmo del traqueteo de la vieja camioneta de Toño e Itzel, vendedores ambulantes que querían llegar a tiempo para montar su puestito de ropa usada antes del amanecer, curiosas y encantadoras personas con los que compartimos historias, tacos, risas y mucho más de lo que daría de sí un viaje ordinario por la costa tabasqueña.

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La siguiente etapa era hasta Mérida, en Yucatán, allí me esperaban Tábata, Gibrán y Germán, pero de nuevo no llegaría hasta la medianoche. Fue otra jornada larga, marcada por el fuerte calor y las largas esperas a pleno sol a los costados de la ruta, atravesé toda la zona extractora de petróleo, área de violación oceánica y principal fuente de riqueza nacional en uno de los estados más deprimidos del país. El sol apretaba sin piedad, el área industrial de Ciudad del Carmen era interminable, y como suele pasar habitualmente en las situaciones despesperantes, un milagroso autobús de pasajeros que pese a sus pintas y su edad, milagrosamente seguía siendo capaz de rodar, me invitó a subir a bordo, «aventón de autobús, esta todavía no me había pasado» me dormí pensando mientras mis huesos seguían dando botes y más botes… -¿Es suya una mochila grande roja? me despertó ya de noche un adolescente disfrazado de militar, -¿eh? uhhhhh, sí, le contesté, todavía dormido. A partir de ahí comenzó el festival: pasaporte, de dónde viene, a dónde va, quién es, a qué dedica el tiempo libre… me pidió que le acompañara, y al bajar del autobús descubrí que cuatro armas me estaban encañonando, que mi mochila había sido vacíada completamente, y que otros dos lelos estaban inspeccionando minuciosamente mi bolsita donde cargaba el mate… no me lo podía creer, y lo más gracioso es que no estaban de joda, que la cosa iba en serio. Para hacer corta la historia, os contaré que primero tuve que reconocerme públicamente y bajo amenaza como consumidor de yerba mate, después sacar toda la parafernalia y dar unas lecciones magistrales sobre en qué consistía este infortunado habito, luego jurar y perjurar que existían lejanas tierras donde eso era legal y popular, y que hasta en el mero México podía conseguirse de importación (sólo Taragüy, desgraciadamente, para quitarme el mono), y que si tenían pensado retenerme ahí por mucho más tiempo, ya puestos, calentamos agua, hacemos corro y nos cebamos unos matesitos… «otro dia será, señor, hoy estamos de servicio, puede continuar su camino», probablemente el sugerente aroma no les terminó de convencer…

De P’al sur
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«Y por fin llegué a Mérida tras dos días completos de viaje, desde que ayer salí de Oaxaca. Los diferentes estados de la República se escurren bajo mis pies: Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán… y cada vez que cruzo uno de ellos siento que me voy acercando más y más a mi objetivo, y también que en cada uno de ellos voy perdiendo algo… algo a lo que todavía no puedo ponerle nombre: ¿libertad?, ¿juventud?, ¿nomadismo? Es la 1 de la madrugada del día 14 de julio, me quedan cuatro días de lo que todo esto fue, miro hacia atrás en lugar de hacia adelante cada vez más a menudo, y las imágenes se superponen vertiginosamente.
Ahora espero a Tábata en una de las pocas taquerías que aún quedan abiertas, varios jóvenes de mi edad charlan animadamente en una de las lenguas mayas, de la calle llega la música de banda y las prostitutas ya ocuparon sus puestos por toda la avenida. Mérida está muy viva a estas alturas de la noche. Algún tipo de energía ha emanado siempre esta ciudad hacia mí que, sin saber nada de ella me lleva atrayendo muchos años; apenas tendré tiempo para conocerla esta vez, como ya ocurrió con el resto de lugares recorridos a la carrera, pero espero disfrutar de los dos días que aquí pasaré como si fueran los últimos» -escribí en mi cuaderno al llegar por fin a la capital yucateca.

De P’al sur
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¿Qué decir de la hospitalidad de mis amigos anfitriones? espectacular, eran conocidos de un amigo y me trataron como a su hermano: buenas charlas, visitas a la familia, excursiones a ruinas mayas, degustación gastronómica… pero yo había llegado a Yucatán dispuesto a concederme un viejo capricho desde que años atrás leyera el post del gran bloguero Ignacio Izquierdo…

Vámonos de excursión al inframundo… ¿quién se apunta?
Podría ponerme a explicar qué es eso de los cenotes, pero comparando las descripciones con el bueno de Ignacio, no le llegaría ni a la altura de las aletas, así que con su permiso -tácito- copiaré aquí unas palabras que él publicó, aunque lo que os recomiendo es que toméis 5 minutos para leer su entrada aquí):


» […]No busquen ríos en la península de Yucatán. No existen. Ya se lo podrían haber explicado al bueno de Mel Gibson cuando se marcó uno con su cascada y todo en su Apocalypto (que la película mola y todo, pero luego vamos nosotros y nos quejamos cuando el amigo Tom Cruise nos mezcla las Fallas con Semana Santa o pone los San Fermines en Sevilla). Nada. No hay. Bueno, miento un poquito. No hay en su superficie. Todo se debe al tipo de roca de la que está hecha toda la península, que no es otra que caliza. Esto que seguro que se lo puede explicar mucho mejor un geólogo hace que el agua se filtre. Ya puedes echar cubos y cubos de agua, regarlo y darle con la manguera. El agua desaparecerá bajo tus pies. Sin embargo, Yucatán está llena de vegetación. ¿De que se alimenta? ¿Donde está el agua? Salvando algún que otro cenagal y lago con el agua estanca la respuesta es obvia. Si no está arriba estará abajo. Elemental, querido Watson. Toda la península de Yucatán es un enorme queso Gruyer, en cuyos subsuelos circulan todo un complejísimo sistema de ríos subterráneos. Tanto que el más largo del mundo, el Sac Actún, con más de 150 kilómetros de longitud se encuentra allí. O lo mismo hay alguno más largo, que a día de hoy se sigue investigando esta red de agua a muchos niveles. La roca caliza, no es de los materiales más resistentes del mundo. Poco a poco se va erosionando creando cavernas y cavidades bajo tierra. Y algunas de esas cavidades llegan a ser tan débiles que se acaban derrumbando sobre si mismas creando un acceso al mundo subterráneo. He aquí un cenote. Y sí, como muchos estaréis pensando, he pasado cuatro párrafos para llegar a la conclusión de que es un agujero en el suelo. Cómo siempre y con lo que me gusta a mi enrollarme, vamos a retroceder muchos muchos años. Así a voz de pronto milenio más, milenio menos, unos 65 millones de años. Por aquel entonces la tierra estaba dominada por dinosaurios, os podéis imaginar la fiesta que tenían montada. Entonces llegó, sin ser invitado, un asteroide de 10 kilómetros de diámetro que impactó en algún punto del Caribe. Justamente en el mar al Norte de la península de Yucatán. La que se montó allí fue buena. Megatsunamis acompañados de una nube de polvo, cenizas y vapor. Trozos de tierra que salían disparados por los cielos para reentrar en la atmósfera como cuerpos incandescentes quemando gran parte de la superficie en forma de incendios globales. A esto le añadimos terremotos y erupciones volcánicas, que acabó con la tierra cubierta de polvo y partículas durante unos diez años. Toda la vida en la tierra tendría que redifinirse. Bye bye amigos dinosaurios. Fue bonito mientras duró. Este pepinazo que hizo temblar el suelo, acabo por romper en muchas muchísimas partes el suelo calizo. Haciendo que la península del Yucatán quedara como un colador. Había aparecido una de las zonas del mundo más ricas en cenotes. Y aunque aparecen y desaparecen, ahora mismo se calcula que debe haber entre siete y ocho mil cenotes por esta zona. Una zona llena de selva y llena de agujeros, os podréis imaginar la de cenotes que se han descubierto por accidente o buscando a algún desaparecido, pero sea como fuera, ese complejo sistema subterraneo de agua filtrada tiene una característica especial. Claridad. Dispuesta a ser nadada… y buceada. La pecera más pura que puedas imaginarte. Para que os hagáis una idea, en una zona de muy buena claridad en mar se tiene una visibilidad de unos 40 metros (yo nunca lo he visto, mi máxico está por 30-35 metros). Los cenotes tienen 200. [.. ]»

Y vi cenotes, de todo tipo, vaya que si los vi: cenotes azules, verdes, negros, cenotes pegados a ruinas mayas, en plena naturaleza, en plena ciudad, cenotes con saltos vertiginosos para entrar, con escaleras aún más vertiginosas para salir, fríos, calientes, templados, solitarios, superpoblados, con iguanas, peces, cocodrilos; y ahí vino mi regalo de despedida, no sólo los vi, sino que también los buceé, me metí en sus entrañas, penetré sus capas de agua dulce y salada, sus cambios de temperatura, de visibilidad, el psicotrópico mundo de Tim Burton se abría ante mí: tétricas formas, sombras y colores explorados con la ayuda de una botella de oxígeno, vistos a través de una máscara y alumbrado con una linterna… al cabo de varios días pude reconocer que satisfice mi curiosidad cenotil, y más me valía, porque ya no había tiempo para más.

(Fotos dedicadas para Pip, que me pidió hace cosa de dos meses… )

De P’al sur
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Cualquier parecido con una cara de miedo, es pura coincidencia

 

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Un día antes de mi partida, llegué al Caribe, punto y aparte de un Viaje fascinante, que a partir de este día reviviré una y otra vez en el recuerdo, imágenes, sonidos, sentimientos aleatorios, parásitos, que invadirán mi realidad una y otra vez, mientras voy preparando nuevas aventuras que narrar en este blog.

De P’al sur
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Última puesta de sol en tierras mexicanas, el sol se pone sobre el mar Caribe junto a las ruinas mayas de Tulum, me despido de él practicando yoga sobre la playa, el cielo se tiñe de un rosa intenso, después violeta, después azul, y poco a poco todo se va apagando… mi mente no, es un hervidero de palabras, imágenes y sentimientos; siempre había tenido curiosidad de saber como sería el último día de este Viaje, pues bien, ese día era allí, era así.

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A la mañana siguiente fuimos hacia el aeropuerto, alegres, seguros, una nueva etapa se abría por delante, algo nuevo, desconocido, lleno de aventuras… y en el último momento, una despedida inesperada. Pío, infatigable compañero de aventuras alrededor del globo acababa de decidir que no tenía nada que hacer en Madrid, que se quedaba en México, junto a buena parte de mis sentimientos.

De P’al sur
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Y entonces caminé hacia el avión.

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«Un viaje se hace siempre tres veces: una primera en sueños, en la imaginación, sobre los mapas. Una segunda a lo largo de las carreteras, en viejos autobuses, en estaciones esperando hipotéticos trenes, en albergues polvorientos y en radiantes bosques. Y finalmente una tercera e interminable vez en el recuerdo, en la presencia de instantes que continuarán indefinidamente y que nada ni nadie podrán nunca borrar»

Elisabeth Foch, L’échappée indienne

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