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Lan Xang: El reino del millón de elefantes

25 agosto 2010

-dia 311- Don Det, Si Phan Don (Laos)

Para evitar sorpresas, haré como diría la gente de EL JUEVES…

Estimado Adrián:
soy un fiel lector tuyo, llevo viajando contigo desde tu primera entrada y pensaba hacerlo mucho más. Pero soy del barrio de las Delicias y me he sentido ofendido con tu broma, así que esta será mi última visita.
Un saludo de este ex-lector,

Firmado:


(Sólo tienes que poner tu nombre aquí y envíarlo como comentario. Así de fácil se lo ponemos ahora)

Supongamos que hiciésemos una encuesta, pongamos por caso, en el zaragozano barrio de Delicias y preguntásemos al azar:

-Buenas tardes. Disculpe, si yo le digo la palabra “Laos”, ¿a usted qué le viene a la cabeza?

– …

cri-cri, cri-cri

Sería probablemente la respuesta más común. Quizás algunas mentes inquietas y dispersas, con un mapa del mundo de toda la vida colgado en la pared de su despacho o aula podrían, no sin dificultad, ubicar sus fronteras; pero si lo llevamos de nuevo a la encuesta, una frecuente respuesta podría ser algo como esto:

-Sí, perdonen otra vez, ¿y si le pido que me diga dónde queda en este mapa?

– Uuuuuy, maño, quemisió, ¿este redondico de aquí será u qué?

– ¡Bemp! Considera, Mariano, ¡qué no! Qu’és el alargau, que el otro día mismo lo sacaron en “el tomate”. Que no ves que es allí donde se fugó el sinvergüenza del Roldán con todos los dineros que se robó, ¿verdá que sí, jomío?

Sí es cierto también que algunos no sólo podrían localizarlo, sino que además añadirían que allí hay monjes ataviados con túnicas naranjas y paraguas, y que está lleno de selvas, ríos y elefantes (afortunados siesteros de entre semana, ¡es tan fácil reconoceos!)

Pero los franceses, más estudiosos que nosotros, bien que sabían dónde quedaba, ¡hace ciento cincuenta años! Y claro, se lo quedaron, arrebatándoselo al Reino de Siam. Allí exportaron estos filántropos los recién adquiridos derechos de liberté, egalité y fraternité, construyeron carreteras, escuelas y hospitales… para ellos mismos, evidentemente, y a golpe de látigo, grilletes y cadenas, como muestran las pinturas de la época. ¡Vean, señores, vean, la esclavitud más tradicional en pleno siglo XX! Por esos tiempos ya los japoneses, buenos amantes del pescado, empezaron a cortar el bacalao por todo el extremo oriente, invadiendo hasta lo que no existía… entran ahora en escena los norteamericanos, calladitos hasta entonces por estos lares, adiestrando guerrilleros que echasen fuera a los nipones… ¡y los echaron! Y ya de paso también a los franceses, que con los nazis dentro hasta su cocina, ni se acordaban de aquellos terrenitos asiáticos…

Arrasadas Alemania y Japón, se tranquilizó la cosa, y los mariscales de París dijeron que “bah écoute, ce n’est pas possible, ςa, eh?” y vinieron a reclamar lo que aseguraban que les pertenecía… ¡tarde! En Vietnam la tenían más que líada: las ideas de Marx, el ejemplo de Lenin, y los ejércitos de Ho Chi Minh habían calado hondo en el norte del país y tenían al sur acorralado; Laos se estaba contagiando también de su vecino, pero poquito a poco, y Camboya… pues no lo sé, porque todavía no he estado, pero vendrá detallado en el siguiente fascículo, con estricta puntualidad hispana. El caso es que volvieron, y aquellos mismos militares adiestrados por la CIA, enarbolando la bandera de los soviets decidieron, junto a la mayoría de los laosianos, que ya era hora de escribir y decidir por sí mismos su propia historia, y les plantaron cara. Ocho años después los franceses se marchan, bieeeeeen, abrazos, fuegos artificiales y gritos de libertad cruzaron Indochina.

– Riiiiiiing, riiiiiiing. Riiiiiiing, riiiiiing.

– Hello?

– Presidente Johmson, el enemigo comunista avanza peligrosamente hacia nosotros.

En ese mismo 1954, en plena celebración, vuelven a aparecer los yankees, con muchos helicópteros, toneladas de armas y diciendo (más o menos):

– Sabai-dee (hola)! Mirad chicos, que este gobierno que habéis elegido es mu malo, mu malo, que os traemos uno mejor y que mola más…

Nada, no coló (desde luego, hay que ver cómo son estos laosianos, ¿eh? Se vuelve a armar la Resistencia y se vienen veinte años de cruenta guerra.

– Ah, ¿qué no sólo invadieron Vietnam, que también Laos?

– Pues sí, señor, además de una larga lista… todo valía contra el demonio rojo.

Y esta “Secret War” – como se le llamó- arrasó Laos, especialmente entre los años 64 y 75, obligó a la gente a vivir en cuevas, minó gran parte de su territorio y lanzó más bombas en este país de las que se llegaron a arrojar durante toda la II Guerra Mundial; alrededor del 30% nunca llegaron a explotar y ahí están, enterraditas, esperando su momento, 300 personas cada año mueren a lo largo de todo el país, y muchas otras resultan heridas; dicen los entendidos que costará más de 100 años hacer el país vuelva a ser  «seguro»… Más de 2 millones de dólares diarios recaudados de los impuestos del cumplidor contribuyente americano bien invertidos (y luego aún criticarían a quien no hiciese la declaración…)

– Pero bueno, eso es una barbaridad, ¿y cómo no se sabe nada de todo esto?

– Ah, eso se lo pregunta usted a su periódico, radio o teleinformativo de confianza. Por cierto… ¿alguien se ha preguntado sobre quién recae el negocio de limpiar esos campos de explosivos? Venga, que no es complicado… ¡Muy bien! Pues sobre los que más controlan del asunto, claro: las mismas empresas armamentísticas que lo sembraron en su día. Negocio redondo.

En 1975 los “imperialistas americanos” (tal cual lo ponía en el Museo Nacional de Vientiane) se retiraron, los vencedores encerraron a la familia real en las mismas cuevas donde habían estado presos durante el conflicto (este detalle olvidaron mencionarlo en el museo) y supongo que desde entonces todo va muy bien porque la exposición se acababa ahí; terminaban exhibiendo muchas medallas militares, gente sonriendo, éxitos económicos y la entrada de Laos en la ASEAN.

Ese mismo Gobierno comunista aún se mantiene en el poder…

Este podría ser un pequeño resumen de la historia más reciente de este pequeño y olvidado país del sureste asiático; el más despoblado en gente (apenas 6 millones de personas) y más poblado en selvas y bosques (por poco tiempo, al ritmo al que trabajan las empresas madereras); donde las carreteras son más recientes que la telefonía móvil, y muchos desplazamientos todavía se realizan en barcas, a lo largo del Mekong y afluentes, y donde bajo esos sombreros de paja abundan las sonrisas más tiernas y sinceras de Indochina.

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Sigue aquí apretando el monzón y allá siendo verano, por lo que mi buen amigo Arribas aprovechará para visitarme un par de semanas. Tras darle mil y una vueltas al mapa de Asia, acordamos Camboya para finales de agosto; así que no podía adentrarme en el país tanto como merece, tenía, pues, que organizarlo bien:

Empecé en Vientiane, la capital, en tren desde una lejana Bangkok, visitando sus wats y sus museos, sus mercados y su arquitectura colonial francesa (¡ah! Y sus baguettes, que mucho criticar a los franceses, pero me he comido los primeros bocadillos en diez meses, especialidad gastronómica puntera entre la comida callejera). Y desde allí comencé con la ruta clásica: Vang Vieng fue la siguiente parada. Gracias a los avisos de Fátima y otros viajeros pude tomar una buena distancia prudencial de los bares de ingleses adolescentes y de todo el negocio del tubing refugiándome al otro lado del río, así que la capital de la fiesta cutre y hortera supuso para mí principalmente una incursión circense entre los arrozales (infinitos caminos de escasos 10 cm de anchura entre los arroyos, puentes hechos de una sola vara de bambú, espectaculares saltos sobre el agua…) en busca de unas cuevas en la montaña. No encontré la cueva, pero sí a un grupo de pescadores que me invitaron a comer pececillos a la brasa ensartados en un palo, arroz pegajoso (sticky rice, otra de las famosas especialidades laosianas) y hierbas del bosque recién recolectadas, que la mano experta sabe reconocer; yo contribuí con las frutas que llevaba en mi bolsa (lichis, fruta dragón… y otras muchas que no tengo ni idea de su nombre), todo ello regado con abundante té de bambú, bien calentico, a más de 40 grados a la sombra…

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La turística Luang Prabang, a 200 km y a 8 horas de autobús por la ruta principal fue la siguiente etapa: cientos de monjes adolescentes deambulaban y cantaban por las calles, mercadillos callejeros e incontables wats, encajados en esa estrecha península que forman el Mekong y la Nan Khan, en la hermosa y mística ex-capital del país, Patrimonio de la Humanidad.

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Petanca junto al Mekong

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Os juro que este tío era un cachondo, sólo me falló en la foto

(por cierto, premio para quien encuentre a Wally)

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Desde allí remonté el río, diez horas contracorriente entre orgullosas montañas que no admitían una carretera entre ellas, hasta Nong Khiew y Muan Ngoi Neua: lugares de paz entre bosques y arrozales, pueblos formados por un par de calles de tierra y hierba llenas de niños jugando descalzos. En Laos, nadie lleva reloj y aquí mucho menos, ¿para qué? Levántate cuando amanezca y acuéstate cuando ya no se vea, come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, ¡tan fácil! Las tardes pasan tranquilas con una buena lectura o conversación, el zumbido de las moscas y un gallo a lo lejos rompen la monotonía de la tarde…

– ¿¿¿¿Qué has quedado en Camboya dentro de cinco días y aún estás aquí?????

– Ehhhhh, sí.

– ¿Y pretendes llegar?

– Mmmm, bueno, me parecería un detallazo siendo que mi amigo viene desde la otra punta del mundo.

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Cinco días de viaje para recorrer los escasos mil kilómetros que me separaban de Phnom Penh, esto también es Laos… ¡Hala majo, a deshacer el camino hecho! –me decían…- No quería, me negaba… “seguro que puedo ir por otra ruta, ¡no quiero volver por el mismo camino, que ya lo he visto! ¿Y si tomo este barco de tres días hasta la frontera tailandesa de Chiang Khong y luego…? No, muy caro. ¿Y si voy en bus hasta Phonsavan y así veo la Plain des Jarres y las cuevas de la Resistencia y llego a enlazar, al sur, con la carretera de Vientiane…? Mmm, ¿en agosto de qué año quieres llegar? ¿Y si, y si, y si…? De morros, emprendí la retirada por mi camino… “Bueno –me decía- al menos así llegarás antes a un sitio con internet y te comprarás ese billete de ida y vuelta a esa Birmania que tanto esperas” –acababan de salir a la venta a 50 € todo incluido. 2 horas de barco, 6 trotando en camioneta, y 45 –todas seguidas- en buses locales, con pequeñas escalas en Vientiane y Savannakhet, me llevaron hasta Pakse, en el lejano sur, y me dispuse a buscar alojamiento a la 1 de la madrugada… ¡¿Qué?! ¿5€ por una sola noche? Que solo quiero dormir hoy, no comprarte todo el albergue, 3 como mucho… A las 3 de la mañana, tras muchas vueltas por la ciudad, pagué los 5€ y por fin, días después, volví a dormir en cama… Bieeeeen, ya es de día, ya han abierto el ciber: Bangkok-Yangon ahora vale muchísimo más… “respira hondo, Adrián, la señorita del ciber no tiene la culpa de nada, es inocente de los caprichos de Air Asia, ¿sabes? Además, estas pantallas pueden explotar, y si no, seguro que te cortas. ¿Cómo era ese pranayama que aprendiste en Dharamsala­? Así, muy bien: inspira, respira… inspira, respira… El día terminó mucho mejor de lo que empezó: en una isla en el Mekong entre risas de niños.

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Hoy ya es mi último día en este país, y lo paso en una región del extremo sur llamada “las 4.000 islas”. Afuera diluvia. Al otro lado de las islas se extiende Camboya, cómo llegaré allí todavía es un misterio, creo que la frontera no queda muy lejos andando, si no, tendré que volver a asomar el dedito…

 

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