Luang Prabang (Laos)
-dia 303-
Toc – toc, ¿hola?, ¿queda alguien ahí? Nada. Silencio. Bueno, ecribiré de todas formas por si alguien termina cayendo aquí por accidente y en un futuro lejano estas líneas llegan a ser leídas…
Y es que, claro, estamos en verano, y ya se sabe… ¿o qué creíais, que sólo vosotros ibais a tener derecho a vacaciones? (Qué maravilla la impunidad q conceden estas pantallas, esto no me atrevo yo a decíroslo en la cara, ¡viva internet! ¡viva!
Como anticipaban mis ¨retazos¨, estas semanas venían marcadas por dos esperados reencuentros que infundían un cambio de rumbo al Viaje. El primero, tras tomar los primeros aviones de todo mi recorrido me llevó, dando tumbos por el sur de Asia, a China de nuevo, y a mi familia. De nuevo, sí, regresaba en calidad de guía turístico a los lugares que ya había conocido seis meses atrás; same same… but different! Una sensación extraña la de ver la vida del norte chino con 50 o 60 grados más que cuando la viví: los gruesos abrigos daban paso a los tradicionales abanicos, el hielo de la calle als ofocante sol, la noche vacía había sido tomada por hordas de chinos que, camiseta arremangada hasta los sobacos y armados con mesas y sillas, invadían las aceras en un desfile infinito de brochetas, tsingtaos y juegos de cartas. Y así, con la velocidad que los escasos días de vacaciones imponían, fuimos disfrutando la cara más veraniega de Beijing, Pingyao y Xi’an.
Otro avión nos llevó al sur, a la encantadora y tranquia Guangxi y al sofocante verano del trópico, abandonándonos durante los últimos días a la paz de las pequeñas aldeas en las orillas del río Li…
Venga, a correr de nuevo. Preparados… listos… ¡ya!: en los próximos dos días has de pisar cuatro países diferentes, son normas del guión. Bus de noche a Hong-Kong, tirado en un colchón comunitario al fondo del vehículo (me recordaba a mí a antiguas peñas en fiestas del pueblo…) y en el diminuto país, esa misma madrugada las calles fueron tomadas por cientos de chinos, indios y árabes principalmente que, uniformados con camisas rojas, detuvieron el tráfico y gritaron enloquecidurante horas… ¿un golpe de estado?, ¿una macromanifestación? No. Acababa de ganar la selección española en Sudáfrica… Ana pisó Hong-Kong esa noche, y sin tiempo para más, horas después nos embarcábamos hasta Macau para tomar nuestro vuelo a Bangkok…
Lectoras y lectores, desabróchense los cinturones y vayan cargando su paciencia, tengan la molestia de enchufar a tope la calefacción y de cerrar pueas y ventanas, unas buenas pozaladas de agua a la tarde refrescarán la sofocante noche siamesa, y tomen, tomen este juguito de fruta: mango, papaya, piña, guava… ¿o mejor un coco bien fresquito? El que esto escribe tiene el placer de darles la bienvenida al sureste asiático.
El área que ocupa la actual Thailandia la habitaban diversas tribus nómadas de la región hasta que el imperio Khmer la conquistó durante su expansión por toda Indochina entre los siglos V y X III d.C., dejandonos un maravilloso legado arquitectónico, Angkor, su antigua capital (actual Camboya) es su mejor ejemplo; el budismo theravada había sustituído a un primitivo hinduísmo como religión mayoritaria y varias oleadas migratorias de la etnia thai, provenientes del sur de China, dieron paso a los imperios Sukhotai y Ayutthaya, que nacieron, se desarrollaron y agonizaron en la margen izquierda del Mekong; tras varios siglos de palos a lomo de elefante con el vecino birmano, el Reino de Siam decidió trasladar su capital desde una arrasada Ayutthaya a la reciente ciudad de Krung-dēvamahānagara amararatanakosindra mahindrayudhyā mahātilakabhava navaratanarājadhānī purīramya uttamarājanivēsana mahāsthāna amaravimāna avatārasthitya shakrasdattiya vishnukarmaprasiddhi , uséase: Bangkok.
En plena carrera colonialista entre británicos y franceses, Siam fue el único pais no invadido directamente a cambio de «ceder» a los primeros el sur de la península malaca (actual Malaysia) y a los segundos las tierras al otro lado del río (Laos y Camboya) además de otros cuantos favores. Una pacífica revolución acabo con el absolutismo monárquico a mediados del siglo XX y decenas de golpes de estado no tan pacíficos protagonizados por los militares marcaron la otra segunda mitad de siglo (durante uno de ellos, en una ola de fervor patriótico, se cambió el tradicional nombre de Siam, por el de Prathet Thai (país de los thais libres, Tailandia).
Ya en el cercano 1992, centenares de manifestantes muertos llevaron a Thailandia la democracia, ¿y fueron felices y comieron perdices? Ya sabéis bien que no. Después de idas y venidas, otro golpe de estado en el 2006, tras unas repetidas elecciones dudosas, encabezado por el general Sonthi Boonarotilin sacó del poder al Primer Ministro electoThaksin Shinamatra y se volvió a liar, estando marcados los últimos años por una fuerte polarización de la sociedad y, de vez en cuando, por duros enfrentamientos entre ambos bandos; los peligrosos terroristas armados con camisas rojas que nos mostraban nuestros telediarios son mayoritariamente las familias que menos tienen acampadas en las grandes avenidas de Bangkok exigiendo que se respete la democracia, ¿pero qué tiene que decir la democracia si las armas de la Policía y del Ejército y las cámaras de televisión son las que acaban teniendo siempre la razón? ¿Y el Rey? Ah, pues bien, gracias, gracias, todos lo queremos mucho (y, ¡ay del pobre que no!) y como rezan los cientos de pancartas y carteles: «Long life to the king» (que ya es el reinado vigente más largo del mundo actual).
Todo esto aprendimos en el fabuloso Museo de Historia de Bangkok (bueno, los últimos párrafos no, claro) mientras afuera diluviaba; pero la cosmopolita capital todavía tenía mucho que ofrecer: bajo los impresionantes rascacielos y sobre los canales que forma el río Chao Phraya, afloran los barrios de Banglamphu, Chinatown, Little India y Little Arabia; los mercadillos e infinitos puestos de pinchos y de fruta fresca convierten automáticamente en bulímico a todo amante de la comida callejera, el tráfico colapsa la ciudad y, cuando no, una multitudinaria manifestación por la «reconciliación nacional» que nos obligó a cuadrarnos -coco en mano- ante el himno. Miles de monjes con túnica naranja y hombro descubierto llenan las calles y los innumerables wats -con Budas sentados, de pie, tumbados, vestidos y desnudos- que confieren un aire místico a esta dura capital; pero al caer la noche, los monjes se retiran para dar paso a las ofertas de sexo barato, de pussy ping-pong y otras muchas proposiciones de todo tipo y gusto. Farangs con dinero que se niegan a disfrutar de una vejez estándar en sus lejanos países se abrazan a maquilladas adolescentes en minifalda, que se abrazan a su vez a los puñados de bahts que sus poderosos bolsillos van soltando. Y Bangkok nunca duerme, cuando las últimas disparejas todavía no se han ido al hotel, las mujeres de los puestitos se ponen a la tarea, los monjes salen al alba a recibir las ofrendas y cientos de adolescentes adictos llenan todavía los cibercafés tras una noche de insomnio; mientras el sol, ajeno a todo, aparece ardiendo sobre el río.
Demasiada capital, ¡nos vamos a la selva! Khao Yai es una reserva forestal con una gran población de monos, gacelas, ciervos, serpientes, dragones de komodo y tigres, entre otros muchos. Nos adentramos en ella, a pelo, se oyen ruidos raros, muchos, venga, p’alante! Trombas de agua, impresionantes cascadas, ¡y más ruidos raros! Horas después, al salir del espesor, habíamos visto de todo tipo de flora y fauna del parque! (menos al tigre, afortunadamente) ¿y para dormir? – Anda, este señor me dice que vayamos a sus casa, qué majo, aunque creo que huele un poco a alcohol… Era noche cerrada cuando nos plantamos en una casa en medio de la selva donde aún no sé por qué motivo se celebraraba una gran fiesta familiar, la comida y bebida desfilaba sin parar, y lo que sobraba iba para los ciervos, que también habían acudido al evento; cuando nuestro anfitrión empezó a sacar mogollón de pasta y una baraja, lo vimos claro:
– Pues muchas gracias, eh? khop khum krab! queeee sueño, nos vamos a dormir, si, si, sleep! sleep!… Ocho horas despues la timba continuaba exactamente igual que la habíamos dejado: – bueno, pues nos vamos marchando… – OK, OK (sospechamos que ni sabían quiénes éramos ni de dónde habíamos salido). Y bajo otra tromba de agua nos fuimos marchando, con el aura del surrealismo a nuestro alrededor.
Ayutthaya, la antigua capital mencionada anteriormente fue el siguiente destino tras un vagón tercera clase. Una moderna ciudad había florecido en esa isla llena de ruinas; equipados con una bici – si se pedalea rápido rápido el calor se disimula- las fuimos visitando una tras otra, de la mañana a la noche sin parar, y aún nos quedamos sin ver la gran mayoría…
Un tren de noche nos llevó a Chiang Mai, antigua capital del reino Lanna y actual capital cultural al norte del país, junto a las montañas. Desde allí, tras la obligada visita a los innumerables wats, las montañas y sus tribus nos llamaban. Acudimos raudos: Pai, Soppong, Mae Hong Son… cada día una etapa a lo largo de la frontera birmana entre el lluvioso bosque tropical: pueblos perdidos, cuevas, wats, aguaceros, montañas y valles, y un decadente zoo humano de mujeres de cuello largo -refugiadas birmanas sin derecho a más trabajo que ser atracción de feria – a donde no entramos por dignidad.
No obstante, Thailandia no es precisamente famoso por sus montañas y ya llevábamos más de dos semanas de turismo interior… un tren de vuelta a Bangkok que llegó con retraso y una mala conexión facilitaron mucho las cosas para que pasáramos la noche tirados a las afueras de la estación junto a un buen montón de tailandeses, al más puro estilo indio. Pero el mar de Andamán y su monzón estaban ansiosos por recibirnos y en esa misma noche, con el agua hasta la cintura, pudimmos embarcar en un bote rumbo al paraíso de Ton Sai; meta de escaladores y mochileros de todo el mundo, las playas de Krabi no dejan a nadie sin impresionar: las solitarias calas de arena blanca, los escarpados acantilados y las selvas del interior hacen a cualquier urbanita sentirse un Robinson Crusoe (siempre y cuando a Robinson no le dé por acercarse al otro lado de la penísnula, llena de lujosos resorts).
Inconformistas somos: «que en la costa este ahora es temporada seca…» Dicho y hecho, en tres horas de bus cambiamos el mar de Andamán por el Golfo de Thailandia, y desde Suratthani embarcamos hacia Koh Phangan, isla famosa por sus masificadas Full Moon Parties… afortunadamente la luna nos apreciaba y en esos días aún estaba media, los guiris ávidos por demacrarse se estaban preparando para la siguiente mientras sus castigados hígados aún se recuperaban de la anterior, y Koh Phangan era prácticamente una isla desierta con muchas ganas de tratarnos bien.
Cuatro días después, la diminuta isla de Koh Tao (isla de las tortugas) era la última de nuestro circuito playero, famosa en todo el sureste asiático por sus inmejorables fondos marinos. Y frustrado (provisionalmente) nuestro proyecto de sacarnos el título de submarinismo, nos dispusimos a conocerla en superficie, a pie o en bote, de cala en cala, nos conformamos con su más que satisfactorio snorkel. Con sus vastos arrecifes de coral alrededor, Koh Tao es como hacer el gamberro y sumergirse en el acuario de nuestra Expo: uno se ve continuamente rodeado de peces de todo tipo que picotean alrededor y de abundante flora y fauna marina; si hay suerte hasta se puede nadar entre tortugas y tiburones (vegetarianos). Por lo demás, la isla me decepcionó un poco: ya no era la remota isla donde iban a perderse los gipis que había sido hace años y cuya idea aún me rondaba por la cabeza; era un caro destino de reciente construcción que iba rápida e irremediablemente arrasando con los espacios naturales y su vida tradicional; y fue principalmente gracias a la ayuda y el cariño de Eva y Sebas -dos infatigables viajeros e instructores de buceo-, además de por esos incomparables fondos, que me llevo un gran recuerdo de la isla.
Era la hora: tocaba emprender la vuelta. Una tremenda tromba de agua y una masiva estampida de ratas nos daban la bienvenida, una vez más, a Bangkok. Fin de etapa.
De nuevo en solitario, en un tren que me sacaba del país, estaba a punto de cumplir una promesa: era febrero cuando prometí a un diminuto Mekong en el sur de China que le volvería a ver más adelante. Ahora, un impresionante río que arrastraba las aguas del monzón me separaba de Laos, al otro lado del Friendship Bridge.