Archive for agosto 2010

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Lan Xang: El reino del millón de elefantes

25 agosto 2010

-dia 311- Don Det, Si Phan Don (Laos)

Para evitar sorpresas, haré como diría la gente de EL JUEVES…

Estimado Adrián:
soy un fiel lector tuyo, llevo viajando contigo desde tu primera entrada y pensaba hacerlo mucho más. Pero soy del barrio de las Delicias y me he sentido ofendido con tu broma, así que esta será mi última visita.
Un saludo de este ex-lector,

Firmado:


(Sólo tienes que poner tu nombre aquí y envíarlo como comentario. Así de fácil se lo ponemos ahora)

Supongamos que hiciésemos una encuesta, pongamos por caso, en el zaragozano barrio de Delicias y preguntásemos al azar:

-Buenas tardes. Disculpe, si yo le digo la palabra “Laos”, ¿a usted qué le viene a la cabeza?

– …

cri-cri, cri-cri

Sería probablemente la respuesta más común. Quizás algunas mentes inquietas y dispersas, con un mapa del mundo de toda la vida colgado en la pared de su despacho o aula podrían, no sin dificultad, ubicar sus fronteras; pero si lo llevamos de nuevo a la encuesta, una frecuente respuesta podría ser algo como esto:

-Sí, perdonen otra vez, ¿y si le pido que me diga dónde queda en este mapa?

– Uuuuuy, maño, quemisió, ¿este redondico de aquí será u qué?

– ¡Bemp! Considera, Mariano, ¡qué no! Qu’és el alargau, que el otro día mismo lo sacaron en “el tomate”. Que no ves que es allí donde se fugó el sinvergüenza del Roldán con todos los dineros que se robó, ¿verdá que sí, jomío?

Sí es cierto también que algunos no sólo podrían localizarlo, sino que además añadirían que allí hay monjes ataviados con túnicas naranjas y paraguas, y que está lleno de selvas, ríos y elefantes (afortunados siesteros de entre semana, ¡es tan fácil reconoceos!)

Pero los franceses, más estudiosos que nosotros, bien que sabían dónde quedaba, ¡hace ciento cincuenta años! Y claro, se lo quedaron, arrebatándoselo al Reino de Siam. Allí exportaron estos filántropos los recién adquiridos derechos de liberté, egalité y fraternité, construyeron carreteras, escuelas y hospitales… para ellos mismos, evidentemente, y a golpe de látigo, grilletes y cadenas, como muestran las pinturas de la época. ¡Vean, señores, vean, la esclavitud más tradicional en pleno siglo XX! Por esos tiempos ya los japoneses, buenos amantes del pescado, empezaron a cortar el bacalao por todo el extremo oriente, invadiendo hasta lo que no existía… entran ahora en escena los norteamericanos, calladitos hasta entonces por estos lares, adiestrando guerrilleros que echasen fuera a los nipones… ¡y los echaron! Y ya de paso también a los franceses, que con los nazis dentro hasta su cocina, ni se acordaban de aquellos terrenitos asiáticos…

Arrasadas Alemania y Japón, se tranquilizó la cosa, y los mariscales de París dijeron que “bah écoute, ce n’est pas possible, ςa, eh?” y vinieron a reclamar lo que aseguraban que les pertenecía… ¡tarde! En Vietnam la tenían más que líada: las ideas de Marx, el ejemplo de Lenin, y los ejércitos de Ho Chi Minh habían calado hondo en el norte del país y tenían al sur acorralado; Laos se estaba contagiando también de su vecino, pero poquito a poco, y Camboya… pues no lo sé, porque todavía no he estado, pero vendrá detallado en el siguiente fascículo, con estricta puntualidad hispana. El caso es que volvieron, y aquellos mismos militares adiestrados por la CIA, enarbolando la bandera de los soviets decidieron, junto a la mayoría de los laosianos, que ya era hora de escribir y decidir por sí mismos su propia historia, y les plantaron cara. Ocho años después los franceses se marchan, bieeeeeen, abrazos, fuegos artificiales y gritos de libertad cruzaron Indochina.

– Riiiiiiing, riiiiiiing. Riiiiiiing, riiiiiing.

– Hello?

– Presidente Johmson, el enemigo comunista avanza peligrosamente hacia nosotros.

En ese mismo 1954, en plena celebración, vuelven a aparecer los yankees, con muchos helicópteros, toneladas de armas y diciendo (más o menos):

– Sabai-dee (hola)! Mirad chicos, que este gobierno que habéis elegido es mu malo, mu malo, que os traemos uno mejor y que mola más…

Nada, no coló (desde luego, hay que ver cómo son estos laosianos, ¿eh? Se vuelve a armar la Resistencia y se vienen veinte años de cruenta guerra.

– Ah, ¿qué no sólo invadieron Vietnam, que también Laos?

– Pues sí, señor, además de una larga lista… todo valía contra el demonio rojo.

Y esta “Secret War” – como se le llamó- arrasó Laos, especialmente entre los años 64 y 75, obligó a la gente a vivir en cuevas, minó gran parte de su territorio y lanzó más bombas en este país de las que se llegaron a arrojar durante toda la II Guerra Mundial; alrededor del 30% nunca llegaron a explotar y ahí están, enterraditas, esperando su momento, 300 personas cada año mueren a lo largo de todo el país, y muchas otras resultan heridas; dicen los entendidos que costará más de 100 años hacer el país vuelva a ser  «seguro»… Más de 2 millones de dólares diarios recaudados de los impuestos del cumplidor contribuyente americano bien invertidos (y luego aún criticarían a quien no hiciese la declaración…)

– Pero bueno, eso es una barbaridad, ¿y cómo no se sabe nada de todo esto?

– Ah, eso se lo pregunta usted a su periódico, radio o teleinformativo de confianza. Por cierto… ¿alguien se ha preguntado sobre quién recae el negocio de limpiar esos campos de explosivos? Venga, que no es complicado… ¡Muy bien! Pues sobre los que más controlan del asunto, claro: las mismas empresas armamentísticas que lo sembraron en su día. Negocio redondo.

En 1975 los “imperialistas americanos” (tal cual lo ponía en el Museo Nacional de Vientiane) se retiraron, los vencedores encerraron a la familia real en las mismas cuevas donde habían estado presos durante el conflicto (este detalle olvidaron mencionarlo en el museo) y supongo que desde entonces todo va muy bien porque la exposición se acababa ahí; terminaban exhibiendo muchas medallas militares, gente sonriendo, éxitos económicos y la entrada de Laos en la ASEAN.

Ese mismo Gobierno comunista aún se mantiene en el poder…

Este podría ser un pequeño resumen de la historia más reciente de este pequeño y olvidado país del sureste asiático; el más despoblado en gente (apenas 6 millones de personas) y más poblado en selvas y bosques (por poco tiempo, al ritmo al que trabajan las empresas madereras); donde las carreteras son más recientes que la telefonía móvil, y muchos desplazamientos todavía se realizan en barcas, a lo largo del Mekong y afluentes, y donde bajo esos sombreros de paja abundan las sonrisas más tiernas y sinceras de Indochina.

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Sigue aquí apretando el monzón y allá siendo verano, por lo que mi buen amigo Arribas aprovechará para visitarme un par de semanas. Tras darle mil y una vueltas al mapa de Asia, acordamos Camboya para finales de agosto; así que no podía adentrarme en el país tanto como merece, tenía, pues, que organizarlo bien:

Empecé en Vientiane, la capital, en tren desde una lejana Bangkok, visitando sus wats y sus museos, sus mercados y su arquitectura colonial francesa (¡ah! Y sus baguettes, que mucho criticar a los franceses, pero me he comido los primeros bocadillos en diez meses, especialidad gastronómica puntera entre la comida callejera). Y desde allí comencé con la ruta clásica: Vang Vieng fue la siguiente parada. Gracias a los avisos de Fátima y otros viajeros pude tomar una buena distancia prudencial de los bares de ingleses adolescentes y de todo el negocio del tubing refugiándome al otro lado del río, así que la capital de la fiesta cutre y hortera supuso para mí principalmente una incursión circense entre los arrozales (infinitos caminos de escasos 10 cm de anchura entre los arroyos, puentes hechos de una sola vara de bambú, espectaculares saltos sobre el agua…) en busca de unas cuevas en la montaña. No encontré la cueva, pero sí a un grupo de pescadores que me invitaron a comer pececillos a la brasa ensartados en un palo, arroz pegajoso (sticky rice, otra de las famosas especialidades laosianas) y hierbas del bosque recién recolectadas, que la mano experta sabe reconocer; yo contribuí con las frutas que llevaba en mi bolsa (lichis, fruta dragón… y otras muchas que no tengo ni idea de su nombre), todo ello regado con abundante té de bambú, bien calentico, a más de 40 grados a la sombra…

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La turística Luang Prabang, a 200 km y a 8 horas de autobús por la ruta principal fue la siguiente etapa: cientos de monjes adolescentes deambulaban y cantaban por las calles, mercadillos callejeros e incontables wats, encajados en esa estrecha península que forman el Mekong y la Nan Khan, en la hermosa y mística ex-capital del país, Patrimonio de la Humanidad.

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Petanca junto al Mekong

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Os juro que este tío era un cachondo, sólo me falló en la foto

(por cierto, premio para quien encuentre a Wally)

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Desde allí remonté el río, diez horas contracorriente entre orgullosas montañas que no admitían una carretera entre ellas, hasta Nong Khiew y Muan Ngoi Neua: lugares de paz entre bosques y arrozales, pueblos formados por un par de calles de tierra y hierba llenas de niños jugando descalzos. En Laos, nadie lleva reloj y aquí mucho menos, ¿para qué? Levántate cuando amanezca y acuéstate cuando ya no se vea, come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, ¡tan fácil! Las tardes pasan tranquilas con una buena lectura o conversación, el zumbido de las moscas y un gallo a lo lejos rompen la monotonía de la tarde…

– ¿¿¿¿Qué has quedado en Camboya dentro de cinco días y aún estás aquí?????

– Ehhhhh, sí.

– ¿Y pretendes llegar?

– Mmmm, bueno, me parecería un detallazo siendo que mi amigo viene desde la otra punta del mundo.

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Cinco días de viaje para recorrer los escasos mil kilómetros que me separaban de Phnom Penh, esto también es Laos… ¡Hala majo, a deshacer el camino hecho! –me decían…- No quería, me negaba… “seguro que puedo ir por otra ruta, ¡no quiero volver por el mismo camino, que ya lo he visto! ¿Y si tomo este barco de tres días hasta la frontera tailandesa de Chiang Khong y luego…? No, muy caro. ¿Y si voy en bus hasta Phonsavan y así veo la Plain des Jarres y las cuevas de la Resistencia y llego a enlazar, al sur, con la carretera de Vientiane…? Mmm, ¿en agosto de qué año quieres llegar? ¿Y si, y si, y si…? De morros, emprendí la retirada por mi camino… “Bueno –me decía- al menos así llegarás antes a un sitio con internet y te comprarás ese billete de ida y vuelta a esa Birmania que tanto esperas” –acababan de salir a la venta a 50 € todo incluido. 2 horas de barco, 6 trotando en camioneta, y 45 –todas seguidas- en buses locales, con pequeñas escalas en Vientiane y Savannakhet, me llevaron hasta Pakse, en el lejano sur, y me dispuse a buscar alojamiento a la 1 de la madrugada… ¡¿Qué?! ¿5€ por una sola noche? Que solo quiero dormir hoy, no comprarte todo el albergue, 3 como mucho… A las 3 de la mañana, tras muchas vueltas por la ciudad, pagué los 5€ y por fin, días después, volví a dormir en cama… Bieeeeen, ya es de día, ya han abierto el ciber: Bangkok-Yangon ahora vale muchísimo más… “respira hondo, Adrián, la señorita del ciber no tiene la culpa de nada, es inocente de los caprichos de Air Asia, ¿sabes? Además, estas pantallas pueden explotar, y si no, seguro que te cortas. ¿Cómo era ese pranayama que aprendiste en Dharamsala­? Así, muy bien: inspira, respira… inspira, respira… El día terminó mucho mejor de lo que empezó: en una isla en el Mekong entre risas de niños.

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Hoy ya es mi último día en este país, y lo paso en una región del extremo sur llamada “las 4.000 islas”. Afuera diluvia. Al otro lado de las islas se extiende Camboya, cómo llegaré allí todavía es un misterio, creo que la frontera no queda muy lejos andando, si no, tendré que volver a asomar el dedito…

 

¿Quieres ver todas las fotos? Pincha aquí

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Por si alguien lo llega a leer…

16 agosto 2010

Luang Prabang (Laos)

-dia 303-

Toc – toc, ¿hola?, ¿queda alguien ahí? Nada. Silencio. Bueno, ecribiré de todas formas por si alguien termina cayendo aquí por accidente y en un futuro lejano estas líneas llegan a ser leídas…
Y es que, claro, estamos en verano, y ya se sabe… ¿o qué creíais, que sólo vosotros ibais a tener derecho a vacaciones? (Qué maravilla la impunidad q conceden estas pantallas, esto no me atrevo yo a decíroslo en la cara, ¡viva internet! ¡viva!

Como anticipaban mis ¨retazos¨, estas semanas venían marcadas por dos esperados reencuentros que infundían un cambio de rumbo al Viaje. El primero, tras tomar los primeros aviones de todo mi recorrido me llevó, dando tumbos por el sur de Asia, a China de nuevo, y a mi familia. De nuevo, sí, regresaba en calidad de guía turístico a los lugares que ya había conocido seis meses atrás; same same… but different! Una sensación extraña la de ver la vida del norte chino con 50 o 60 grados más que cuando la viví: los gruesos abrigos daban paso a los tradicionales abanicos, el hielo de la calle als ofocante sol, la noche vacía había sido tomada por hordas de chinos que, camiseta arremangada hasta los sobacos y armados con mesas y sillas, invadían las aceras en un desfile infinito de brochetas, tsingtaos y juegos de cartas. Y así, con la velocidad que los escasos días de vacaciones imponían, fuimos disfrutando la cara más veraniega de Beijing, Pingyao y Xi’an.

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Hallar las 7 diferencias

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Nuestro «colega» de Pingyao

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Otro avión nos llevó al sur, a la encantadora y tranquia Guangxi y al sofocante verano del trópico, abandonándonos durante los últimos días a la paz de las pequeñas aldeas en las orillas del río Li…

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Venga, a correr de nuevo. Preparados… listos… ¡ya!: en los próximos dos días has de pisar cuatro países diferentes, son normas del guión. Bus de noche a Hong-Kong, tirado en un colchón comunitario al fondo del vehículo (me recordaba a mí a antiguas peñas en fiestas del pueblo…) y en el diminuto país, esa misma madrugada las calles fueron tomadas por cientos de chinos, indios y árabes principalmente que, uniformados con camisas rojas, detuvieron el tráfico y gritaron enloquecidurante horas… ¿un golpe de estado?, ¿una macromanifestación? No. Acababa de ganar la selección española en Sudáfrica… Ana pisó Hong-Kong esa noche, y sin tiempo para más, horas después nos embarcábamos hasta Macau para tomar nuestro vuelo a Bangkok…

Lectoras y lectores, desabróchense los cinturones y vayan cargando su paciencia, tengan la molestia de enchufar a tope la calefacción y de cerrar pueas y ventanas, unas buenas pozaladas de agua a la tarde refrescarán la sofocante noche siamesa, y tomen, tomen este juguito de fruta: mango, papaya, piña, guava… ¿o mejor un coco bien fresquito? El que esto escribe tiene el placer de darles la bienvenida al sureste asiático.

El área que ocupa la actual Thailandia la habitaban diversas tribus nómadas de la región hasta que el imperio Khmer la conquistó durante su expansión por toda Indochina entre los siglos V y X III d.C., dejandonos un maravilloso legado arquitectónico, Angkor, su antigua capital (actual Camboya) es su mejor ejemplo; el budismo theravada había sustituído a un primitivo hinduísmo como religión mayoritaria y varias oleadas migratorias de la etnia thai, provenientes del sur de China, dieron paso a los imperios Sukhotai y Ayutthaya, que nacieron, se desarrollaron y agonizaron en la margen izquierda del Mekong; tras varios siglos de palos a lomo de elefante con el vecino birmano, el Reino de Siam decidió trasladar su capital desde una arrasada Ayutthaya a la reciente ciudad de Krung-dēvamahānagara amararatanakosindra mahindrayudhyā mahātilakabhava navaratanarājadhānī purīramya uttamarājanivēsana mahāsthāna amaravimāna avatārasthitya shakrasdattiya vishnukarmaprasiddhi , uséase: Bangkok.
En plena carrera colonialista entre británicos y franceses, Siam fue el único pais no invadido directamente a cambio de «ceder» a los primeros el sur de la península malaca (actual Malaysia) y a los segundos las tierras al otro lado del río (Laos y Camboya) además de otros cuantos favores. Una pacífica revolución acabo con el absolutismo monárquico a mediados del siglo XX y decenas de golpes de estado no tan pacíficos protagonizados por los militares marcaron la otra segunda mitad de siglo (durante uno de ellos, en una ola de fervor patriótico, se cambió el tradicional nombre de Siam, por el de Prathet Thai (país de los thais libres, Tailandia).

Ya en el cercano 1992, centenares de manifestantes muertos llevaron a Thailandia la democracia, ¿y fueron felices y comieron perdices? Ya sabéis bien que no. Después de idas y venidas, otro golpe de estado en el 2006, tras unas repetidas elecciones dudosas, encabezado por el general Sonthi Boonarotilin sacó del poder al Primer Ministro electoThaksin Shinamatra y se volvió a liar, estando marcados los últimos años por una fuerte polarización de la sociedad y, de vez en cuando, por duros enfrentamientos entre ambos bandos; los peligrosos terroristas armados con camisas rojas que nos mostraban nuestros telediarios son mayoritariamente las familias que menos tienen acampadas en las grandes avenidas de Bangkok exigiendo que se respete la democracia, ¿pero qué tiene que decir la democracia si las armas de la Policía y del Ejército y las cámaras de televisión son las que acaban teniendo siempre la razón? ¿Y el Rey? Ah,  pues bien, gracias, gracias, todos lo queremos mucho (y, ¡ay del pobre que no!) y como rezan los cientos de pancartas y carteles: «Long life to the king» (que ya es el reinado vigente más largo del mundo actual).

Todo esto aprendimos en el fabuloso Museo de Historia de Bangkok (bueno, los últimos párrafos no, claro) mientras afuera diluviaba; pero la cosmopolita capital todavía tenía mucho que ofrecer: bajo los impresionantes rascacielos y sobre los canales que forma el río Chao Phraya, afloran los barrios de Banglamphu, Chinatown, Little India y Little Arabia; los mercadillos e infinitos puestos de pinchos y de fruta fresca convierten automáticamente en bulímico a todo amante de la comida callejera, el tráfico colapsa la ciudad y, cuando no, una multitudinaria manifestación por la «reconciliación nacional» que nos obligó a cuadrarnos -coco en mano- ante el himno. Miles de monjes con túnica naranja y hombro descubierto llenan las calles y los innumerables wats -con Budas sentados, de pie, tumbados, vestidos y desnudos- que confieren un aire místico a esta dura capital; pero al caer la noche, los monjes se retiran para dar paso a las ofertas de sexo barato, de pussy ping-pong y otras muchas proposiciones de todo tipo y gusto. Farangs con dinero que se niegan a disfrutar de una vejez estándar en sus lejanos países se abrazan a maquilladas adolescentes en minifalda, que se abrazan a su vez a los puñados de bahts que sus poderosos bolsillos van soltando. Y Bangkok nunca duerme, cuando las últimas disparejas todavía no se han ido al hotel, las mujeres de los puestitos se ponen a la tarea, los monjes salen al alba a recibir las ofrendas y cientos de adolescentes adictos llenan todavía los cibercafés tras una noche de insomnio; mientras el sol, ajeno a todo, aparece ardiendo sobre el río.

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Demasiada capital, ¡nos vamos a la selva! Khao Yai es una reserva forestal con una gran población de monos, gacelas, ciervos, serpientes, dragones de komodo y tigres, entre otros muchos. Nos adentramos en ella, a pelo, se oyen ruidos raros, muchos, venga, p’alante! Trombas de agua, impresionantes cascadas, ¡y más ruidos raros! Horas después, al salir del espesor, habíamos visto de todo tipo de flora y fauna del parque! (menos al tigre, afortunadamente) ¿y para dormir? – Anda, este señor me dice que vayamos a sus casa, qué majo, aunque creo que huele un poco a alcohol… Era noche cerrada cuando nos plantamos en una casa en medio de la selva donde aún no sé por qué motivo se celebraraba una gran fiesta familiar, la comida y bebida desfilaba sin parar, y lo que sobraba iba para los ciervos, que también habían acudido al evento; cuando nuestro anfitrión empezó a sacar mogollón de pasta y una baraja, lo vimos claro:
– Pues muchas gracias, eh? khop khum krab! queeee sueño, nos vamos a dormir, si, si, sleep! sleep!… Ocho horas despues la timba continuaba exactamente igual que la habíamos dejado: – bueno, pues nos vamos marchando… – OK, OK (sospechamos que ni sabían quiénes éramos ni de dónde habíamos salido). Y bajo otra tromba de agua nos fuimos marchando, con el aura del surrealismo a nuestro alrededor.

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Despertar en la selva

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Ayutthaya, la antigua capital mencionada anteriormente fue el siguiente destino tras un vagón tercera clase. Una moderna ciudad había florecido en esa isla llena de ruinas; equipados con una bici – si se pedalea rápido rápido el calor se disimula- las fuimos visitando una tras otra, de la mañana a la noche sin parar, y aún nos quedamos sin ver la gran mayoría…

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Elefantes asesinos

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Un tren de noche nos llevó a Chiang Mai, antigua capital del reino Lanna y actual capital cultural al norte del país, junto a las montañas. Desde allí, tras la obligada visita a los innumerables wats, las montañas y sus tribus nos llamaban. Acudimos raudos: Pai, Soppong, Mae Hong Son… cada día una etapa a lo largo de la frontera birmana entre el lluvioso bosque tropical: pueblos perdidos, cuevas, wats, aguaceros, montañas y valles, y un decadente zoo humano de mujeres de cuello largo -refugiadas birmanas sin derecho a más trabajo que ser atracción de feria – a donde no entramos por dignidad.

Entonces… ¿pa´ dónde?

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No obstante, Thailandia no es precisamente famoso por sus montañas y ya llevábamos más de dos semanas de turismo interior… un tren de vuelta a Bangkok que llegó con retraso y una mala conexión facilitaron mucho las cosas para que pasáramos la noche tirados a las afueras de la estación junto a un buen montón de tailandeses, al más puro estilo indio. Pero el mar de Andamán y su monzón estaban ansiosos por recibirnos y en esa misma noche, con el agua hasta la cintura, pudimmos embarcar en un bote rumbo al paraíso de Ton Sai; meta de escaladores y mochileros de todo el mundo, las playas de Krabi no dejan a nadie sin impresionar: las solitarias calas de arena blanca, los escarpados acantilados y las selvas del interior hacen a cualquier urbanita sentirse un Robinson Crusoe (siempre y cuando a Robinson no le dé por acercarse al otro lado de la penísnula, llena de lujosos resorts).

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Dicdic y yo

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Panee me regala cocos

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Inconformistas somos: «que en la costa este ahora es temporada seca…» Dicho y hecho, en tres horas de bus cambiamos el mar de Andamán por el Golfo de Thailandia, y desde Suratthani embarcamos hacia Koh Phangan, isla famosa por sus masificadas Full Moon Parties… afortunadamente la luna nos apreciaba y en esos días aún estaba media, los guiris ávidos por demacrarse se estaban preparando para la siguiente mientras sus castigados hígados aún se recuperaban de la anterior, y Koh Phangan era prácticamente una isla desierta con muchas ganas de tratarnos bien.

Cuatro días después, la diminuta isla de Koh Tao (isla de las tortugas) era la última de nuestro circuito playero, famosa en todo el sureste asiático por sus inmejorables fondos marinos. Y frustrado (provisionalmente) nuestro proyecto de sacarnos el título de submarinismo, nos dispusimos a conocerla en superficie, a pie o en bote, de cala en cala, nos conformamos con su más que satisfactorio snorkel. Con sus vastos arrecifes de coral alrededor, Koh Tao es como hacer el gamberro y sumergirse en el acuario de nuestra Expo: uno se ve continuamente rodeado de peces de todo tipo que picotean alrededor y de abundante flora y fauna marina; si hay suerte hasta se puede nadar entre tortugas y tiburones (vegetarianos). Por lo demás, la isla me decepcionó un poco: ya no era la remota isla donde iban a perderse los gipis que había sido hace años y cuya idea aún me rondaba por la cabeza; era un caro destino de reciente construcción que iba rápida e irremediablemente arrasando con los espacios naturales y su vida tradicional; y fue principalmente gracias a la ayuda y el cariño de Eva y Sebas -dos infatigables viajeros e instructores de buceo-, además de por esos incomparables fondos, que me llevo un gran recuerdo de la isla.

Fauna autóctona

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Era la hora: tocaba emprender la vuelta. Una tremenda tromba de agua y una masiva estampida de ratas nos daban la bienvenida, una vez más, a Bangkok. Fin de etapa.

Nos vamos como venimos

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De nuevo en solitario, en un tren que me sacaba del país, estaba a punto de cumplir una promesa: era febrero cuando prometí a un diminuto Mekong en el sur de China que le volvería a ver más adelante. Ahora, un impresionante río que arrastraba las aguas del monzón me separaba de Laos, al otro lado del Friendship Bridge.

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