Al sur de Margaret River, Western Australia
-día 535-
Un año después, y Nepal, todos los nepales que conocí, continuan muy presentes en mi memoria:
La ciudad de Kathmandu, caótico laberinto de calles, templos, flores, vacas, gente, ruido, humo, miseria, alegrías y sonrisas… Los pueblos de la montaña, pacíficos, fríos y duros lugares que dramáticamente mueren con cada atardecer, pero que recuperan toda su vitalidad con las primeras luces del alba. La planicie del Terai, a no más de 200 kilómetros al sur, pero a interminables horas de carretera en destartalados autobuses que traquetean al ritmo de los últimos hits de Bollywood, donde el Himalaya deja paso a la selva, y el calor asfixiante contrasta con las gélidas temperaturas de las montañas que, orgullosas y altivas, aún se avistan a lomos de elefante.
El país que en plena era colonial se autoproclamó el “último reducto hindú” sobre la Tierra es el mismo que dio nacimiento al Buddha en el siglo VI aC; y esa miscelánea mística que mezcla Maitreyas, Garudas, saddhus y chörtens para confundir al viajero, es palpable a lo largo y ancho de la pequeña nación.
Cuando el sol se pone sobre Nepal, los gompas de las montañas terminan de recitar sus últimos mantras, los turistas del templo de Pashupatinath observan maravillados la pooja vespertina; Kumari, la diosa viviente medita encerrada en su palacio; y más al sur, en el Terai, las ancianas tharu realizan sus ancestrales ceremonias. Obviando a los turistas, todo sigue como siempre sucedió.
Pero siempre, siempre, no fue así. Era ésta una tierra de pequeños reinos, de distintas etnias, hijos de las altas cumbres, de los valles o de la selva, hasta que un guerrero unificó el país a base de cortar nariz y orejas a todo aquel que se opusiera. Nepal había formado sus fronteras, fronteras que a partir de ese momento ningún otro ejército conquistó, sí, ni siquiera la todopoderosa Corona Británica, ¿no puedes con tu enemigo? ¡Únete a él! -se dijeron Su Majestad y sus secuaces-, y a partir de ese momento los guerreros gurkhas fueron conocidos en el mundo entero, desde la India a las Malvinas, por su coraje y agresividad. Nunca fue colonizado, cierto, pero Nepal tenía la lucha dentro; la causa maoísta había puesto en jaque a los ejércitos reales, y una salvaje guerra civil estalló, escribiendo el final del siglo XX en esta parte del mundo con la sangre del pueblo nepalí. Y al final de la historia, ganaron, democráticamente, expulsando a las puertas del siglo XXI a una monarquía feudalista y autoritaria, o mejor dicho, a lo que quedaba de ella, ya que los dos únicos supervivientes todavía son considerados acusados o cómplices del asesinato masivo de toda una familia real, a manos de un príncipe armado y bajo efecto de las drogas.
El panorama actual es complejo, con una sociedad polarizada y las huelgas como norma general, el país vive en constante estado de alerta y está lejos de alcanzar algo similar a la estabilidad política; la economía, aún peor: un 80% de su población malviven con menos de 2 $ por día, el país ocupa el puesto 152 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU situándose a la cola de los países asiáticos; y un gran porcentaje de su población, obligada a emigrar por falta de recursos. Y en lo social… con un índice de más de 100 “Namaste”/ día, una hospitalidad y capacidad de conversación muy por encima de los valores normales, y una de las sonrisas más bonitas y tiernas de Asia, Nepal todavía encabeza mi ranking de países de los que me he enamorado y que tengo que volver a visitar, una y mil veces.
Será una entrada larga, pero me gustaría añadir algunas notas tomadas en mi cuaderno durante aquellos días, y que han viajado todo el camino hasta estos viñedos australianos; las fotos también cuentan, gráfica y cronológicamente, mis dos meses en Nepal:
Kathmandu, 22 de marzo de 2010
“Ayer, que tan lejano me parece hoy, fue el día más intenso y completo del viaje, casi de mi vida. Fue una noche tan fría como especial, a los pies de la montaña más alta de la Tierra, bajo uno de los cielos más limpios y estrellados que haya visto jamás, y no dormí bien, consecuencia probable de acampar en un monasterio a 5.100 metros de altitud, pero también de la situación. Daba igual, ¡tenía que levantarme en seguida, iba a poner mis pies en la misma base del Qomolangma (Everest)! Yum -la guía obligatoria que el Gobierno Chino nos puso- intentaba convencerme para que fuera sentado en el vehículo hasta el Campo Base, pero aquí ya no estaba dispuesto a bajarme del burro, ya no más, nos había dirigido suficiente durante la última semana pero aquí no habría negociación, a mitad del trayecto me bajé y continué a pie, y conmigo también Tango, Rieko y Alexandra, a quienes los áridos y helados paisajes también les habían enamorado. Estaba preparado para un momento que pretendía recordar durante el resto de mi vida: ¡caminar por el Himalaya y llegar a pie al Everest! Era algo con lo que había fantaseado desde crío, sin pretender nunca en serio llevarlo a la realidad… (he aquí un hecho más para creer que los sueños, a veces, se sueñan para cumplirse). Hacía muchísimo frío y el viento cortaba mi cara, me separé del resto, ese momento quería disfrutarlo sólo, y sólo subí por el camino a los pies de los glaciares que me rodeaban, esforzándome por respirar con normalidad, cantando mentalmente, deleitándome con aquél extraordinario paisaje que tenía la gran suerte de disfrutar. Y al traspasar un collado, allí apareció, gigante, solitario, imponente y claro como nunca lo habría imaginado, con la cumbre iluminada y sin una nube en el cielo… seguí ascendiendo, despacito, disfrutando, hasta el Campo Base. El viento soplaba fuerte a los pies del Qomolangma, e impedía permanecer durante todo el tiempo que habría querido, guarecido como podía, aún pude tomar unas fotos y fantasear durante unos minutos… ¿pisaría algún día aquella cima soleada?
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Qomolangma en tibetano, Sagarmatha en nepalí, Everest en occidente
De 07 Nepal
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De vuelta al monasterio, y tras un reconfortante desayuno junto a la estufa, tomamos la ruta de Nepal. Todavía quedaban por delante muchos kilómetros, atravesando hostiles valles de hielo y piedras, con blancas gigantes cerrando el horizonte. Subiendo y bajando puertos, sin quitar ojo del horizonte, recorrimos la sarcásticamente llamada “Carretera de la Amistad”, y en el último de ellos, de nuevo por encima de los cincomil, una increíble panorámica de montañas me rodeaba y formaba la más hermosa de todas las fronteras; me volví a ensimismar, de pie, tras las ruedas de oración, banderas y bufandas que estaban fervientemente depositadas en lo alto del puerto, cambiando de opinión, no tuve más remedio que colgar la mía también, como prueba de mi agradecimiento a tan magnífico lugar.
El coche se encarriló a gran velocidad en la estrecha gargante por la que nos encañonábamos, casi con vértigo, el verde de los bosques y los prados volvía a nuestra vista tras muchas semanas de marrón y blanco, y al fondo del barranco, sobre el río, se vislumbraba el Friendship Bridge, al otro lado, un militar nepalí nos avisó que acababa de morir el Primer Ministro de manera extraña, nos habló de revueltas en Kathmandu y de la guerrilla, y nos ofrecía su ayuda como escolta en nuestra entrada al país. Afortunadamente no tuvimos que buscar excusas para rechazar ayudas no deseadas, una horda de mujeres con saris de colores y tikkas pintados en su frente, forzaron la barrera y entraron en masa camino del Tíbet, ridiculizando los esfuerzos de nuestro amigo por mantenerla cerrada. Estaba en Nepal.
Era totalmente surrealista, pero sólo había cruzado un puente y parecía que salía de un aeropuerto, todo era distinto “al otro lado”, no más gruesos trajes tibetanos, no más chörten ni bufandas, no más koras ni más mantras; el alfabeto era distinto, y las caras diferentes, el asfalto se acababa de evaporar, y el orden impuesto por los chinos daba paseo al caos, agradable y relajado caos. Seguimos descendiendo la carretera que nos llevaría hasta la capital, entre verdes montañas, serían 4.000 metros de desnivel en total; una agradable brisa tropical me obligó a sacarme las mallas de debajo de los pantalones, saris de todos los colores, plataneras, música india, calles llenas de gente, una agitada vida nocturna… me zambulleron directamente en el Índico, océano en el que nadaré durante los próximos meses.
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Tango, Rieko, Alexandra y yo. Bienvenidos a Kathmandu
De 07 Nepal
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Nagarkot, Valle de Kathmandu, 27 de marzo de 2010
Como viene siendo habitual, mucho que contar y poco tiempo para hacerlo (y a veces, ganas), en esta intensa semana nepalí. Resumiendo y priorizando, debo escribir algo que me parece tan absurdo como real: que por mi experiencia de estos últimos días, los nepalís me parecen las personas más amables y entrañables que he encontrado nunca; me fascina y me parece todo un ejemplo a seguir el hecho de que pese a todos sus evidentes problemas, nunca pierdan la sonrisa ni el sentido del humor, y en más de una ocasión, he sentido escalofríos causados por el agradable momento que estaba viviendo… ¿casualidad de que tantos buenos encuentros se hayan producido en Kathmandu con mucha mayor frecuencia que Beijing o Moscú?
Puede ser, pero es que todavía me causa más incomprensión el hecho de que “mis estudios” estén basados en la tremendamente turística y sufriente Kathmandu; porque sí, para viajeros y turistas, esta ciudad es un parque de atracciones, un paraíso (y por supuesto me incluyo a mí también, viniendo del estricto aislamiento chino), aquí uno encuentra cualquier cosa que se proponga, casi todos los locales conocen inglés, además de chapurrear algo de francés, español, alemán…
Y en el pequeño barrio de Thamel todo esto se multiplica, allí abundan tanto los extranjeros como los autóctonos, los comercios están hechos al corte y medida del turista hippye venido de cualquier rincón del mundo, que aprovecha sus vacaciones en Nepal para comprar su ropa alternativa, sus libros nuevos o de segunda mano, sus artesanías, y todo aquello que está prohibido en el vecino Tíbet.
Pero por la noche Thamel se cambia la cara, los turistas se van a dormir cuando acaba la música en vivo y cierran los bares; y por la calle sólo quedan unas cuantas motos, conductores de rickshaw pluriempleados como camellos ambulantes y decenas de niños aparecidos de la nada y condenados a la nada, esnifando disolvente por los portales, disfrutando sólos o en grupo de su única risa del día […].
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Desde el techo de un autobús…
De 07 Nepal |
14 de abril de 2010 -día 14 del Circuito de los Annapurnas-
Tilicho Base Camp (4.150m) – Tilicho Lake (4.950 m) – Kansgsar (3.800 m). 8 horas
Día muy completo, tras la noche más fría y más dura de estos últimos 14 días de recorrido. Sorprendentemente el dolor del pecho se pasó y mi rodilla izquierda me concedió una tregua para poder ascender, primero muy poquito a poco, y luego más a gusto y disfrutando los últimos 800 metros de desnivel que nos separaban del lago. El camino ascendía con suavidad hasta un primer collado, y después bruscamente en zigzag, con excelentes vistas del valle y del nacimiento de la Margsyandi, río que llevo siguiendo desde el primer día en Besi Sahar. A partir del segundo collado entramos en el valle de nieves perpetuas, ¡por fin caminaba sobre el tipo de Himalayas que llevaba tanto tiempo esperando! En este gélido y soleado día (el tiempo se está portando mejor con nosotros hoy que con el resto de montañeros que intentaron el Tilicho en los días anteriores) las altas cumbres de todos los sietemiles de alrededor se elevan poderosas sobre nosotros.
A las 11 de la mañana, cuatro horas después de abandonar el Campo Base, Dani y yo coronábamos el Tilicho Tal, el lago más alto del mundo, mientras otros compañeros tuvieron que darse media vuelta sin haberlo podido conseguir. Contemplamos durante todo el tiempo que pudimos aquella llanura helada enclavada entre montañas, pero el sol apretaba demasiado y comenzaba a hacerse tarde, había que descender. Ya por la tarde, en la caseta junto al Campo Base, volvimos a coincidir junto a un té y un dhal bat con ese peculiar montañero noruego con tantos años de experiencia en este país y pudimos discutir sobre varios interesantes temas: otras rutas interesantes, turismo sostenible en Nepal, como afecta el turismo de montaña al frágil ecosistema de los Annapurnas… tanto se alargó la conversación que llegamos al albergue de cerca de Kansgar bien entrada la noche, sólo les quedaba una húmeda y polvorienta habitación, totalmente inhabitable para dormir; por suerte, Jean Charles, el quebequés con el que habíamos coincidido en el ascenso de la mañana nos invitó a compartir su cuarto, ¡menos mal! Después se nos unieron Enrique el mexicano, Colin, de los USA y Eric, un italiano. La cena fue más que interesante, cinco trotamundos que viajábamos sin rumbo fijo ni límite de fechas, me dieron algunas instrucciones sobre el barco-stop, interesantes direcciones para India, y compartimos onitas experiencias viajeras. Terminó la jornada a horas intempestivas, cerrándola con una hipotética quedada dentro de un tiempo, en Montréal.
Hoy he visto uno de los más bonitos paisajes de montaña de todo el circuito, ¡cuánto me gustaría poder recordarlo más adelante y evocarlo cuando yo quisiera con una nitidez similar a cómo lo recuerdo ahora!
(Texto extraído al azar de mi cuaderno de viaje, circuito de los Annapurnas)
Sauraha, Chitwan National Park, 25 de abril de 2010
(escribiendo desde mi habitación alumbrado únicamente con mi frontal, parece que los cortes programados de electricidad son algo habitual por todo el país). Estos tres últimos días en Pokhara no me han aportado mucho más que un merecido descanso tras un mes vagando entre montañas y un buen aporte calórico distinto al arroz con lentejas. Por lo demás, turistas, fiesta, y poco que rascar. Pero este país no deja de sorprenderme, y tras haber pasado estas últimas semanas congelado entre montañas; hoy, al bajar del autobús, el aire ardía, la tierra era plana y la vegetación exuberante, y la gente se abarrotaba a mi lado gritando y contribuyendo muy activamente a un agradable caos. Estaba en el Parque de Chitwan, en la región independentista del Terai.
Aunque el calor era insoportable, decidí salir a explorar la zona, las cabañas de adobe y paja, el paisaje e incluso la ropa de la gente me trasladaban irremediablemente lejos, muy lejos de Asia: a Senegal. Oigo un grito, y al darme la vuelta veo a un hombre montado un elefante que me hace señas para que me aparte de su camino, me froto los ojos, ¿estoy soñando? Pero el paseo me demuestra que
aunque esto parezca otro país, la gente sigue siendo igual de encantadora; abuelas tharu con sus piercings en la nariz y piernas tatuadas me lanzan sus “namaste” con la misma sonrisa y alegría que los tibetanos abrigados con pieles de yak de la montaña (…) Hay un grupo de gente bajo un árbol, levanto la vista y veo una serpiente de casi dos metros de longitud enroscada sobre una rama: -”rat snake, my friend – me dice un espontáneo- don’t worry, no poisonous, it’s the favourite cobra’s food” (no te preocupes, no es venenosa, es la comida favorita de las cobras). Gracias, muy tranquilizante. En ese mismo momento, la agitada multitud, me informa de que una de las vecinas que había salido al bosque a recoger leña había sido devorada por un tigre, las huellas del felino seguían impresas en el camino al pueblo.
Es la puesta de sol sobre el río, y los pescadores pasan con sus canoas, el tiempo se detiene… pero de repente, otro hombre a lomos de elefante pasa por mi lado y penetra en las aguas, me ofrece ayudarle a lavarlo… ¿yo? ¿en serio? Me faltó tiempo para entrar corriendo al río y empezar a frotar al paquidermo. El sol se va poniendo grande y rojo, aparecen dos camellos al otro lado del río, pero ya no me sorprendo de nada, todo es muy surrealista.
Al día siguiente…
(…) esa mañana salí antes que el sol, decidido a internarme en la selva que rodea al pueblo de Sauraha, por mi camino se cruzó un pavo real muy madrugador, pero en realidad estábamos siguiendo la pista de los rinocerontes… los encontramos. Aún dormían, Aarón -el forestal del parque- y yo nos subimos a un árbol y allí estaban: dos adultos y una cría, parecía que dormían, pero en cuanto nos sintieron, salieron en estampida.
Internándonos en la selva bajo un sol abrasador, se iban sucediendo los animales: gacelas, ciervos, facoceros, insectos de todo tipo, un cocodrilo, monos grises, búfalos salvajes… tuvimos suerte esa mañana.
Pero no por la tarde, había que correr, la tormenta estaba detrás de nosotros y no era buena idea quedarse aislado en la selva. Los elefantes corrían también a nuestro alrededor.
Magengoth, Helambu, 7 de mayo de 2010
Es mi tercer día de trekking en Helambu, camino de los lagos de Gosaikund, y quizás, del perdido valle del Lantang. Nunca pude salir de Nepal, estoy preso en esta hermosa cárcel.
Kathmandu está tomado por los maoístas y su llamamiento a la huelga indefinida, todo está cerrado, y la comida escasea, nunca concebí peligro en continuar allí, pero nadie sabe cómo va a evolucionar la situación. Todos los cuerpos diplomáticos están abandonando el país. Yo lo intenté también, en su momento, pero los vuelos son demasiado caros y sigo con la idea romántica de realizar mi viaje sólo por tierra y mar.
Quiso la suerte que volviese a encontrar, de nuevo en la Embajada de India, a Ro, Juancho y Javi, mi buena amiga de Senegal que encontré totalmente por casualidad en las calles de Kathmandu, y con ellos establecimos los planes de huida de un país en crisis: descartado el vuelo, y con todos los transportes terrestres inutilizados, caminar era la única solución aparente, ¡así lo haríamos! Extenderíamos el visado y caminaríamos atravesando el ardiente Terai hasta Bheirawa, en la frontera cercana al estado indio de Uttar Pradesh, abandonaríamos Kathmandu al día siguiente a primera hora… en última instancia decidimos cambiar de opinión, la razón nos sugirió que era mejor caminar durante semanas entre preciosos valles de montaña y poblados sherpa de los valles de Helambu y Lantang, que hacerlo con 20 kg a la espalda y 45ºC a través de las llanuras del sur. Nuestra baza era que en unas semanas, la huelga habría finalizado y podría salir de Nepal por la frontera de Kakarbhitta, camino de Darjeeling, como era mi intención.
Puesto que todo estaba cerrado y no había transporte, salimos andando desde Thamel, paramos en Buddha y nos maravillamos ante la gran Stupa, lugar de peregrinación entre los exiliados tibetanos en Nepal; y continuamos carretera adelante camino de Sundarijal, con la energía que nos proporcionó un gran cuenco de samosas (…)
Cada día ascendíamos entre mil y dos mil metros de altitud y descendíamos otro tanto, atravesando los valles que bajaban perpendicularmente del Himalaya, entre bosques, niebla, risas y nutritivas conversaciones fueron pasando los días, dirección norte. Al tercer día, Juancho, que tenía prisa por cruzar cuanto antes la frontera India, nos anunció su partida, intentaría cruzar por su cuenta, como fuera posible… ¡suerte, Juancho! Espero sinceramente que disfrute la experiencia, y encontrarle en un futuro en algún lugar de India, porque, aunque breve, ha sido uno de los mejores encuentros de todo el viaje. Seguimos trepando por un bosque de rodoendros, que la niebla y la oscuridad daban un ambiente de irrealidad o sueño, el frío vuelve a arreciar, y las condiciones hacen que muy a menudo perdamos el camino y nuestra orientación; pero cuando levantan las nubes, este regalo de montañas con el que ya no contaba, merece la pena todos los esfuerzos soportados. (…)
Días después, a casi 4.000 metros de altitud, un pastor nos anunció que había oído por la radio que la huelga había terminado, los maoístas habían fracasado en su intento de derrocar al Primer Ministro, la ONU ejercía presión para que desconvocaran la huelga, y los que menos tienen, sus más fieles seguidores, estaban sufriendo como nadie las consecuencias del parón… Bueno, tras discutirlo, lo decidimos, acabaríamos la ruta, ahora la montaña nos llamaba con todo su poder.
Siliguri (West Bengal, India), 17 de mayo de 2010
(…) Un pequeño puente entre los arrozales marca la frontera entre Nepal e India, y desde que crucé ese riachuelo no he tenido demasiada suerte: un pájaro se me cagó abundantemente en la cabeza en el mismo puente, me estafaron un puñado de rupias con el cambio en el bus a Siliguri, me he quedado atrapado en esta ciudad de paso a causa de una nueva huelga por la independencia de Gorkhaland, y este primer thali de esta mañana me está ocasionando no pocos problemas digestivos…. ¡pero qué importa, estoy en India! ¿quíén iba a decirlo? Yo, que pensaba posponer este destino para mucho más adelante… ¿Cómo será este primer viaje al subcontinente? ¿Me enamorará India como me enamoró Nepal? Estoy preparado para quererla, pero sólo el tiempo lo dirá…