Siliguri (India) -dia 211-
(Este texto tendria que haberse publicado ayer… cosas de las huelgas)
Para todos aquellos fieles seguidores que me habeis escrito con curiosidad o preocupacion por la situacion, el Adrian del futuro se manifiesta trayendo respuestas:
Encerrado! Encerrado en esta ciudad que tanto me gusta mientras los dias iban pasando con agobiante monotonia. Dia tras otro, los manifestantes desfilaban con pacificos y festivos ejemplos de que se puede intentar cambiar las cosas sin tener que arrojar nada, pero desgraciadamente y como era previsible, a medida que pasaban los dias de persianas con candado y nada que llevar a casa, estos ejemplos iban escaseando y la situacion se iba poniendo mas y mas tensa. Por mi parte, pude renovar el visado -previo nuevo y doloroso pago al Ministerio de Inmigracion- prorrogando mi estancia quince dias mas y con la firme esperanza de que las cosas cambiarian en los proximos tiempos. Ademas, como suelo ocurrir a menudo, «eso» que nos arregla un poco las cosas en los momentos mas complicados de los viajes cruzo en mi camino a Ro -una viajera vieja amiga de los tiempos de Senegal- y a su simpatico grupo: Juancho y Javi; y juntos organizabamos la fuga del pais. Por tierra ya sabiamos que era tarea imposible, ningun vehiculo -publico o privado- se atrevia a abandonar Katmandu, la cosa era seria y parecia que las represalias de los piquetes habian calado hondo. Con preocupante frecuencia, la respuesta que obteniamos al lanzar aleatoriamente la famosa pregunta «cuanto tiempo crees que…?» parecia que toda la ciudad se habia puesto de acuerdo para respondermos la misma temida cifra: «un mes».
Vale, iba contra mis principios pero tambien lo va el estar un mes atrapado en Katmandu, donde al cuarto dia hasta el omnipresente arroz empezaba a escasear: lo intentariamos por aire; habiamos oido que los vuelos todavia funcionaban, y tambien que se estaba empezando a evacuar a otros turistas, asi que probariamos fortuna en ese improvisado casino llamado «Tribhuvan International Airport»… mal dia para el azar: o no quedaban asientos libres o eran insultantemente caros, preferia volver a Katmandu y entretenerme a diario buscando mi racion de arroz, en el fondo sonaba divertido.
Pero a la vuelta, sufriendo un ataque colectivo de coraje, perseverancia y romanticismo pensamos la posibilidad: y si…? nooo, que dices!, ya pero, y si…? si… podria funcionar, sisisi, saldriamos del pais usando el mas antiguo transporte conocido por el hombre: los pies.
Nuestra pregunta generaba risas entre los sonrientes nepalis: «no possible, my friend»; ante nuestra insistencia, empezabamos a obtener respuestas: la frontera mas cercana se encontraba unos 250 km al sur de Katmandu, a unos siete dias de marcha a «nepali speed», dejando atras las montagnas y atravesando las ardientes sabanas del Terai.
Pero pese a la emocion de la partida, ya preparados y horas antes de emprender el camino, descubri que no era valiente ni romantico, mucho menos perseverante; personalmente me daba una pereza extrema recorrer el Terai con el mochilon a la espalda y bajo los mas de 45 grados de un insoportable sol. Lo mismo pensaron Javi y Ro, solo Juancho seguia impregnado del espiritu que nos habia cautivado a todos el dia anterior
-Venga, que rectificar a tiempo es un signo de inteligencia (la autojustificacion hace milagros en momentos asi, creedme), vamonos de vuelta a la montagna hasta que la cosa se calme (si la cosa no se calmaba en las proximas semanas, como llevaba toda la pinta, ibamos a tener mas de un problema. pero habia que ser optimista y no era momento de pensar en eso).
Asi que con un tercio del peso estimado en un principio sobre nuestra espalda, y contentos por abandonar al fin esa carcel de persianas bajadas, esa irreconocible Katmandu sin caos circulatorio donde por primera vez la calle era de la gente y no de los impacientes vehiculos que la apartaban a bocinazos, salimos a pie en direccion al norte. El cielo era sospechosamente claro y azul, tampoco habia en esos dias fabricas ni humos que hicieran al personal caminar con el pagnuelo pegado a la nariz, habia algo de magico en todo aquello y hasta nos empezaba a gustar, pero seguimos caminando y al cabo de diez largas horas ya estabamos de nuevo en la montagna.
El valle del Helambu era muy distinto de los Annapurnas; sin su fama internacional, esos montes se conservaban mas «puros» y tambien habia mucha menos infraestructura para el montagnero. El tiempo ya no acompagnaba: en mayo se mete la niebla que lo cubre todo dando una perspectiva distinta de la montagna y llueve a diario, la marihuana crecia salvaje a los lados del camino y los rododendros iban soltando sus ultimas flores; conforme ibamos ascendiendo notaba de nuevo esa extragna y agradable sensacion tan olvidada en las ultimas semanas: era frio!
Al cuarto dia de ruta, muy lejos de cualquier sitio, un montagnes nepali nos lo comunico: «la huelga ha terminado, el Primer Ministro no dimite, la presion de la comunidad internacional y la tension local han forzado a los maoistas a desconvocar la huelga. Ciertamente, obligando al cierre, se estaba perjudicando a los trabajadores a quienes afirmaban defender…» Seguimos hablando un rato con el, a mas de 3.500 metros de altura, se le notaba en el tono y en la cara un cierto grado de desilusion, y es que es en el medio rural donde las proclamas maoistas han llegado mas a la poblacion.
Con estas noticias que lo cambiaban todo, al dia siguiente nos decidimos a cruzar el Lauribina La, un paso a 4.600 metros de altura entrando en el Gosaikund, un valle salpicado de ibones sagrados y magnificos paisajes, desde donde fuimos progresivamente descendiendo a las tierras habitadas.
Mis nuevos compagneros de viaje se marcharon con prisa hacia la India, yo decidi quedarme unos dias mas, estaba generoso conmigo mismo y habia decidido regalarme un rafting de un par de dias en el Bhote Kosi, un barranco que baja con furia desde el Tibet, en el punto exacto por donde entraba en Nepal casi dos meses atras. Un divertido regalo de despedida, otra experiencia mas para la coleccion.
Y ya ayer me decidi: era la hora de seguir. A mediodia tomaba un bus de d16 horas hasta la frontera india oriental, cerca de Darjeeling.
En un amasijo de madera y hierros, sin amortiguacion, probablemente disegnado por un paticorto cargado de odio hacia la gente de mas de metro y medio de altura, abandonaba finalmente Nepal por una pista llena de baches a una velocidad como si nos estuviera persiguiendo medio pais. Al amanecer, lleno de bollos, chichones y heridas en las rodillas, cruzaba a pie el riachuelo que formaba la frontera.
En la oficina india de inmigracion, me pregunta el burocrata simpatico:
– Welcome to India! Where are you going?
– Darjeeling, respondo.
– No possible, there is a strike (imposible, hay huelga).
– Jeje (que cachondo el tio, claro, como sabe que vengo de Nepal tiene ganas de vacile, pues me se de uno al que no va a pillar, y me segui riendo).
Ahora con poca cara de bromas, el buen hombre me suelta:
– No tiene gracia, los independentistas han llamado a la huelga general. El area de Darjeeling lleva largos agnos reclamando el estado independiente de Gorkhaland, no sabemos cuando se reanimara la actividad.
Desde mi nuevo aislamiento de Siliguri, en Bengala Occidental escribo estas lineas, sognando con frescas montagnas.