Coron Island, Busuanga, Filipinas
-día 587-
Una bola rojo fuego asomó por el este iluminando los cráteres que agujerean Java Central, que despuntaban por encima de las nubes; al atravesarlas apareció ante nuestros pies la ciudad de Jogjakarta, entre los verdes arrozales y las faldas de los volcanes. No era así como se suponía que debía llegar a Java, un vuelo para una distancia fácilmente realizable en dos días de viaje me parecía un insulto a mi manera de viajar, pero el agujero que volvió a resultarme Bali no me había dejado otra alternativa.
Jogja -como se la conoce familiarmente- es una ciudad joven, dinámica, llena de estudiantes y actividades diversas, es un centro cultural de referencia en Java y en Indonesia, y su pasado, arquitectura y vivas tradiciones siguen reclamando dia a día la capital que en otro tiempo fue, hasta que los holandeses crearon la metrópolis de Jakarta.
Tuve la suerte de reencontrar allí a Daniela, la amiga ecuatoriana que conocí meses atrás en Flores, que me introdujo en su círculo de amistades, y fue parcialmente responsable de que los días transcurrieran entre la improvisación y el relax de quien vuelve a un hogar conocido; creándome un riesgo potencial de cavar otro agujero que me retuviera por largo tiempo. La ciudad entera vive la resaca de la última erupción del Merati del pasado noviembre: aún puede verse humear al volcán en una soleada mañana, miles de desplazados continúan sin hogar, los pescadores siguen excavando cenizas de un río gris sin vida, y centenares de trabajadores rascan delicadamente con tallos de arroz todo el hollín depositado sobre budas, barcos y otros relieves en la gran stupa de Borobudur, la stupa budista más grande del mundo, un gran mandala tridimensional levantado hace más de mil años.
Son las seis de la tarde en Indonesia occidental, una mezquita hace su llamada a la oración mientras el sol se pone ensombreciendo Borobudur, el aire de nuevo huele a incienso y rosas, y algunos hogares y comercios hacen ofrendas a dioses y espíritus… ¿en qué otro lugar de la tierra puede uno encontrar este fascinante ambiente?
Pero esta vez no hay tiempo para más, me habría quedado más días, más semanas, podría fácilmente incluso establecerme por un tiempo en esta agradable capital javanesa, pero no ahora, ahora era uno de los pocos momentos donde no podía. Un avión que no puedo perder me espera en Jakarta, 500 km hacia el este, en dos días exactamente. Recorrí esa distancia en tren, para apreciar superficialmente el paisaje javanés, que me sorprendió muy gratamente. En lugar de las macrociudades, fábricas y polución que cabría esperarse de la isla más poblada del mundo, me encontre montañas, terrazas de arroz, ríos y selvas… aunque una sorpresa aún mayor me esperaba dentro del tren; después de haber pasado largas temporadas en el transiberiano ruso, los masificados trenes chinos, los incómodos trenes thais y los caóticos ferrocarriles indios, pensaba que ya poco me quedaba por aprender en asuntos ferroviarios… sin embargo Indonesia tenía, de nuevo, la última palabra: el desfile constante de vendedores y pedigüeños durante las nueve horas de trayecto fue todo un homenaje tanto a la originalidad e inteligencia de los vendedores, como al horror de los más desgraciados, desfile llevado con la dignidad y el respeto propios de una reunión diplomática.
Jakarta, la temida, desde mucho antes de llegar a Indonesia me había cansado de leer referencias negativas sobre ella; desde que pisé el mayor archipiélago del mundo me acostumbré a que la gente hablara pestes de su capital… pestes que al principio yo también me creí. Detrás de la moderna estación de tren me vi en la complicada tarea de encontrar el bus correcto a mi destino, una vez dentro, deduje que si no saltaba del bus en marcha con todo mi equipaje iba a terminar en la última parada, puesto que pocos conductores osan detenerse tal y como está el tráfico aquí. Pero en mi parada me esperaba Neyni -otra amiga que había conocido meses atrás en Bangkok, junto a otros viajeros venidos de todo el mundo-, que me alojó en su casa con su adorable familia y me permitió el lujo de mirar el lado más amable de Jakarta. Junto a otros amigos visitamos warungs, museos, transportes, cafés… de día y de noche, de todo tipo. La otra gran ventaja de estar en una cosmopolita capital es que es un inmejorable lugar de paso y residencia para viajeros, lo que me permitió volver a ver a otras viejas caras que había conocido tiempo atrás durante mi recorrido asiático, y conocer a unas cuantas nuevas Así pues, a esa última noche-despedida que organicé acudieron a la reunión Ani, de Jogjakarta; Ully, de Sulawesi; Neyni, de Bangkok; y Bruno, de Kuala Lumpur, acompañado de una preciosa sorpresa de cuatro meses. Ellos me brindaron la mejor despedida de una tierra a al que estoy empezando a concebir como propia. Me quedaba una última despedida: una carrera contra el tiempo por las calles de Jakarta, donde el concepto «atasco» cobra una nueva e inimaginable dimensión; una llegada al aeropuerto 10 minutos antes de que despegase mi vuelo, con la facturación ya cerradísima y ninguna esperanza de embarcar; y una comprensión con sonrisa incluida por parte del equipo de Air Asia, que me permitió tomar el primero de esa conexión de vuelos sin ponerme problemas. Tras esta despedida tan emotiva como la anterior abandoné, de nuevo y por largo tiempo, Indonesia.
¿Pero adónde voy? Creo que es momento ya, tras dos meses de secretismos, de revelar la próxima etapa del viaje: el vuelo desde Jakarta era hasta Kota Kinabalu, donde me reencontraría con Borneo fugazmente, puesto que al día siguiente tomaba otro avión hasta Manila. Filipinas había sido siempre un destino muy esperado, pero desgraciadamenet no sería esta vez cuando le dedique el tiempo que merece, puesto que el último de los vuelos lo tomaría diez días más tarde desde la misma Manila despidiéndome, esta vez sí, de Asia, una Asia que decidí visitar a última hora antes de la partida, donde esperaba haber pasado 3 ó 4 meses, y de donde no me habría ido.
Destino: Saipan, Islas Marianas del Norte, en Micronesia. Tras meses de intensa búsqueda y de enviar varias solicitudes, por fin encontré lo que tanto había querido: un pasaje en barco-stop hasta las Américas, a través del Pacífico y el Ártico, hasta Vancouver, en la costa oeste canadiense. Desde Saipan.
Indonesia estaba en la ruta hacia el archipiélago de las Marianas como el trayecto más económico que encontré, fue una decisión de última hora, y un gran acierto. Ni el «tener que volver» al lugar que había dejado recientemente, ni lo precipitado de la elección impidieron que disfrutara cada uno de los momentos en una tierra que se ha convertido en uno de mis lugares preferidos sobre el planeta, por su gente, principalmente, que consigue superar con creces a sus magníficos volcanes y fondos marinos, a sus playas y templos.
Benny, Eve, Purnomo, Leni, Sita, Erik, Rama, Asen, Hasan, Fitri, Lina, Angie, Tianri, Senddi, Papagero, Mama, Yudi, Ratna, Kumi, Kaye, Dean, Sara, Babitha, Kasia, Hazel, Jose, Chris, Daniela, Ale, Karli, Ani, Ina, Neyni, Sari, Bruno, Ully… y tantas y tantas sonrisas anónimas:
TERIMA KASI UNTUK SEMUA DAN SAMPAI JUMPA!