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M’en baixé ta tierra plana…

3 septiembre 2008

Después de este largo parón, retomo esto de enlazar mundos para intentar resumir, tan bien como pueda, lo más significativo de los últimos días.
Supongo que la mayoría de vosotros estáis esperando información sobre la experiencia zapatista, y no es para menos, por eso mismo quiero prepararlo bien, asimilar primero, valorar qué debería publicar y qué reservar para contaros en privado, recopilar toda la información y fotografías que me sea posible, y hacer realmente un esfuerzo para transformar en palabras (intentaré que no demasiadas) toda esa experiencia. No obstante, como me atreví a anticipar, ha cumplido en gran parte sus objetivos: he visto, me he asombrado, he criticado y aprendido, y me fui muy satisfecho con una idea mucho más objetiva y realista que cualquier cosa que hubiera podido leer o escuchar anteriormente.
Después, rápido paso por San Cristóbal, emotiva despedida de mi «familia» con la que había convivido en los territorios zapatistas las últimas dos semanas; y con pena, con el sentimiento de que volveré a San Cristóbal en cuanto me sea posible, y con un griego, emprendí la ruta para Guatemala.
Al llegar a Huehuetenango, marché como poseído a perderme en las montañas más remotas del país, y muchas horas (y pocos km) de «autobús» después, me di cuenta de que estaba en otro mundo: estaba en Todos Santos Cuchumatán, un pueblo a casi tres mil metros de altura, aislado en un valle precioso que demasiado me recordaba a os míos mons. Toda la gente iba literalmente uniformada: sombrero vaquero, camisa de lana a rayas azules, pantalón a rayas rojas y botas; y como yo, obviamente no, todos se me quedaba mirando con cara extraña, al día siguiente confirmé mis sospechas de ser el único turista del pueblo, sensación bonita, extraña y solitaria. En el pueblo había carteles que me informaban que estaba prohibido defecar en la calle (bajo multa de 20 euros al cambio) y que dentro de la iglesia estaba prohibido tirar basuras, había perros descuartizados en mitad de la calle, y practicamente nadie hablaba castellano, aunque se oía frecuentemente a «mecano», «obk», «amistades peligrosas», etc, curiosa y hortera globalización…
Después de una solitaria travesía por la montaña, consideré que me merecía una cena a la altura. En un pueblo recientemente invadido por la iglesia evangelista, fue imposible encontrar una cerveza en los escasos comedores que había, pero también agua, only Coca-Cola…
Cené acompañado por dos muchachos del pueblo que trabajaban construyendo una horrorosa y enorme torre de movistar en el centro del pueblo y del valle, ansiosa ya por empezar a freir cerebros. Fue una interesante conversación, donde se me hacían preguntas del tipo: «y qué lengua se habla en España?» o: «y en España también tienen celulares?», yo pensaba cómo explicarles que gracias a los celulares de España, ellos habían trabajado en domingo, desde las 5 de la mañana, por un salario y unas condiciones humillantes… Me pareció que en momentos así uno puede comparar y darse cuenta de los enormes progresos educacionales que han podido llevar a cabo los zapatistas con los indígenas del otro lado de la frontera.
Tras esos días de ermitaño, me obligué a bajar de las montañas para continuar ruta y seguir regresando. Me pareció un fuerte golpe a mi estado de ánimo hacerlo del tirón, así que agradecí una paradita de un día en el maravilloso lago de Atitlán, siguiendo preparando al espíritu para el choque de la vuelta.
Anoche por fin, volví a la Antigua, principio y final de ruta de esta aventura centroamericana; últimos detalles que cerrar, y mañana empiezo ya a agarrar los vuelos que me llevan de regreso a casa, hasta el sábado por la tarde!

Chiapas, México