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La Semilla

10 julio 2012

Tepoztlan, Estado de Morelos, México

-día 989-

Esta vez sí he dejado pasar el tiempo sin publicar nada, y sin razón aparente. Creo que llegado un punto uno fluye con el Viaje, a veces se sienten ganas de expresar y compartirlo todo, otras veces se viven momentos más introspectivos. Estos tres meses de “sedentarismo” en La Semilla han supuesto una intensa etapa de aprendizaje y reflexión, un vertiginoso viaje interior sobre un punto fijo del mapa, donde a diferencia de antes, nunca sentí la necesidad de sentarme a escribir sobre ello… hasta ahora.

Todas las flores de todos los días de mañana están en las semillas de hoy”

De La Semilla

Frecuente era el tema a lo largo de todos estos años, mencionado en interminables conversaciones con otros nómadas, y no menos frecuente lo era en conversaciones conmigo mismo… y es que tampoco hace falta salir a dar la vuelta al mundo para darse cuenta de que sufre de problemas serios, basta con leer la prensa de la mañana o dar una vuelta por el barrio; quizá el viaje sólo ayude a cerciorarse de lo que uno ya suponía previamente, a conocer conflictos locales, a ponerlos todos en perspectiva, a relativizarlos.

Y el principal problema de muchos que hemos querido salir a intentar conocer y aprender más de este mundo-nuestra casa, de los que hoy podemos vivir plenamente aquí pero mañana ya veremos dónde, es que el viaje en sí es un antónimo del compromiso con un proyecto concreto. Que del clásico “piensa global, actúa local” nos quedamos a la mitad… si hay suerte.

De La Semilla

Oí hablar por primera vez de La Semilla a 4.000 kilómetros de donde se ubica, cuando un cúmulo de conexiones me llevó a alojar en mi casa al que después sería mi amigo Rai, en una de tantas noches de frío y lluvia en Vancouver. Ya por el segundo té me hablaba de su vasta experiencia trabajando en granjas comunitarias alrededor del mundo, de su diferente organización política, de sus sistemas económicos alternativos, de su potencial social. “No olvides este nombre si algún día llegas a ir por México” -me dijo. Y no lo olvidé.

Ubicado en el extremo sur de la península de Baja California, sonaba a algo como una meta sin competición, sabíamos que estaba ahí, pero no había ninguna prisa por llegar. Poco a poco, disfrutando del camino, Yolotzin y yo recorrimos la Baja, pueblo a pueblo, playa a playa, persona a persona; y sólo cuando intuimos que ya habíamos visto suficiente, sólo entonces llamamos a la puerta.

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La Semilla es el resultado de los sueños, las visiones y el trabajo de gente venida de todo el mundo, que de entre el desierto y el mar lograron crear un espacio para ellos y sobre todo, para todos aquellos que aún no conocían y que todavía estaban por llegar. En los últimos dos años, de un extenso terreno invadido por carrizo, decenas de voluntarios crearon una huerta orgánica, un corral de cabras y gallinas, un bosque de frutas comestibles, una cocina-sala de estar, una planta de compostaje, una ducha y baño ecológicos, y un temazcal, entre otros proyectos. Como en una utópica sociedad, cada elemento está relacionado con todo lo que le rodea y permite funcionar al resto, al tiempo que también se nutre de ello (“la cooperación entre las partes y no la competición, eso es la clave” cita Bill Morrison en su manual Introducción a la Permacultura). Nada se desperdicia: los residuos crean la composta que nutre la huerta, los animales se alimentan de las hierbas y cereales que le sacamos, y éstos vuelven a fertilizar la huerta cerrando el ciclo.

No hay gas ni electricidad, ni se necesitan: las verduras se cocinan en la estufa solar o con leña, o mejor: se comen crudas, la ducha se calienta con el sol y con el agua que sobra se riegan jardines accesorios, etc. Por supuesto, también está el trabajo: hay que tener ganas de que el proyecto salga adelante, hay que verlo, hay que creer en él, y se cree con la mente y con el sudor del desierto sudcaliforniano. Y nada de ello existiría si no fuera por la gente que lo hace posible, una sola persona que crea y se esfuerce podría no hacer mucho, o cansarse rápido, pero cuando del mismo modo tu trabajo repercute sobre los demás y el suyo sobre ti, termina creándose un vínculo comunitario, una responsabilidad tácita colectiva, una verdadera motivación tristemente desconocida para muchos. El resultado acaba por formar un modelo político real, autogestionado, entre personas con iguales derechos y responsabilidades complementarias, con la libertad para tomar decisiones y cambiar o adaptar aquello que no funciona o ha dejado de funcionar; y un clima amigable de apoyo mutuo, crecimiento personal, camaradería y amor. En definitiva, una sociedad con todas las necesidades cubiertas.

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El mismo sistema que se aplica en la granja se reproduce a gran escala con el resto de productores orgánicos locales y artesanos de la región: se construye comunidad, una comunidad donde cada uno ofrece lo que produce o lo que sabe hacer para intercambiarlo en el grupo. Así, nuestras verduras u otras habilidades nos permitieron acceder a un mercado alternativo de pan, lácteos, pescado… todo de la mejor calidad, todo diferente de los productos a los que estábamos acostumbrados. Y mucho más: talleres de capacitación, conferencias, sesiones de yoga, masaje, idiomas, música, arte… donde en muchas ocasiones nunca mediaba el dinero y ambas partes salían beneficiadas del intercambio.

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Parece que el sistema funciona, y me da la sensación de que me engañaron de pequeño: me dijeron que para comprar tomates tenía que trabajar duro en cualquier tipo de trabajo (que me gustase o no era irrelevante) para tener una cuenta bancaria de la que poder extraer frecuentemente dinero para ir al centro comercial y tener acceso a unos tomates venidos de lugares remotos, cultivados con unas técnicas poco amables con el medio ambiente y trabajados por una gente con unas condiciones laborales mucho menos amables. El hecho de poder plantarme mi propio tomate, de elegir cómo quiero mi tomate o de poder intercambiarlo por otro producto sin dinero de por medio sonaba directamente arcaico y ridículo.

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Con esto no quiero insinuar que abandonemos todos nuestros caminos y nos vayamos al campo a sembrar, o que nos vayamos a vivir a una comuna al margen del sistema establecido; sino simplemente compartir una experiencia de un modelo de vida diferente que me ha resultado realmente enriquecedora. Es muy probable que no me dedique a ello durante el resto de mi vida, o al menos, que no sea mi actividad principal; pero al mismo tiempo agradezco profundamente la posibilidad de haber vivido esta vida por un tiempo; de conocer, experimentar e integrar en mí las bases de nuestra existencia humana, nuestro origen. Al final, me parece importante el saber hacer de todo un poco, saber hacerlo por mí mismo, y sobre todo, ser consciente de que este mundo tan mal repartido en el que nos ha tocado vivir, este sistema político y económico que beneficia a tan poquitos y pisotea a una gran mayoría, depende totalmente de nosotros-consumidores, y no al revés, como siempre nos han hecho creer.

Tómenlo como broma o como amenaza: “Relaje un poco, señor Carrefour, le advierto que sé plantarme mi tomate”.

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Quizás otra reflexión de todo este tiempo, y es un tema sobre el que ya he incidido alguna otra vez en este blog, es lo poquito que realmente necesitamos para ser felices. En una sociedad tan llena de cosas materiales y estímulos sensoriales, una vida sin electricidad, aparatos electrónicos o compras compulsivas nos da lástima y la asociamos a la extrema pobreza; en lugar de considerar sólo por un instante que a veces nos concedemos un festín de placeres superficiales para paliar unas necesidades personales mucho más profundas y reales, imposibles de conseguir en los supermercados, pero accesibles en lugares donde nunca buscamos.

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Por último, en una era donde se impone el pragmatismo, la explotación de los recursos y el beneficio de nuestro trabajo por encima de todo, me ha parecido un gran ejercicio y experimento el practicar exactamente lo contrario. Trabajar a un ritmo mucho más agradable, más inteligente y más respetuoso aún sabiendo que nunca llegaré a ver los frutos de mi esfuerzo, que serán las futuras generaciones de voluntarios las que se beneficiarán de ello, al mismo tiempo que yo me beneficié de todo el trabajo que hicieron los que por ahí pasaron antes que yo. Y de esa semilla de cambio, cambio de concepción de una sociedad, cambio de las relaciones personales y laborales, cambio de las relaciones con la naturaleza y cambio de la relación con nosotros mismos, sí me parece que podamos cosechar los frutos que, con esfuerzo, el mañana podría generar.

De La Semilla
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“También será posible

que esa hermosa mañana,

ni tú, ni yo, ni el otro,

la lleguemos a ver,

pero habrá que empujarla

para que pueda ser”.

(José Antonio Labordeta)

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5 comentarios

  1. No hay mejor enseñanza ni metáfora tras un viaje como el que llevas que una temporada así, haciendo patente, palpable y más público que existen otros modos de vida, otras formas de vivir, bastante más unidas «a la tierra que nos parió».

    Como siempre, una delicia leerte.


  2. Excelente nota querido Adrian


    • Gracias, Martín! Un fuerte abrazo a toda la familia de San José, mis mejores deseos


  3. Sabía que tardaría, pero que llegaría una interesante entrada en tu blog… igual que los que ya escribieron más arriba… un gustazo leerte Adrian
    Muchos besos 😉
    Pili


    • Ya te echaba de menos, Pili!!qué tal estás? bueno, el gustazo es para mí cuando leo estas cosas. Cuidate, nos vemos prontico!



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