Archive for the ‘Canada’ Category

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Vuelvo al sur

30 diciembre 2011

Los Angeles, CA, USA

-día 802-

Vuelvo a intentar contar mi historia, en pedacitos, cuando se puede, pues está visto que es la única manera en que soy capaz de hacerlo. Varias son las entradas que se quedaron únicamente en el plano mental, en ese baúl infinito donde se apilan los proyectos inacabados.

De 23 Canada

Hablaban de todo un poco: del movimiento Occupy Vancouver, de las escapadas invernales por British Columbia, de experimentar en primera persona las condiciones laborales de un trabajo precario, de las emociones vividas en Vancouver que soy capaz de recoger y plasmar… Pero llegan tarde:

De 23 Canada

El Occupy Vancouver fue finalmente desmantelado por la policía tras mes y medio de acampada pacífica, donde productivas iniciativas y actividades se llevaron a cabo en uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, instigadas por el amor y el deseo de un mundo más justo.

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Para ese entonces los medios de comunicación ya habían conseguido poner a gran parte de la población en su contra y poco se pudo hacer para evitar el desalojo, que se llevó consigo además de las tiendas, un comedor social, una biblioteca libertaria, un centro de préstamo de material de invierno, una caseta de primeros auxilios, música en directo, salón de té, asambleas diarias, proyección de vídeos… y los sueños de mucha gente que durante unas semanas lo dejaron todo por ser el cambio que querían ver en la Tierra. Al menos, las ideas, son más difíciles de desalojar.

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Ahora luce en la misma plaza un brillante árbol de navidad.

Joffrey Lakes, BCDe 23 Canada

La esclavitud al servicio de una jornada laboral apenas me permitió recorrer una parte del mundo merecedora de dedicarle tiempo y esfuerzo, y el precoz invierno de estas latitudes no invitaba a ello. A pesar de ello, varias fueron las pequeñas escapadas a los maravillosos bosques, montañas, islas y lagos alrededor de Vancouver, anticipo de lo que vendría después…

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Canadá, un lugar donde los humanos aún están en fase fetal en su intento de someter a la naturaleza, donde entre los escasos y dispersos refugios de asfalto, hormigón y ondas electromagnéticas aún se extiende una vasta extensión de coníferas y hielo, inabarcable con vehículos y con la imaginación, una tierra donde los que ahora llaman “First Nations” convivieron pacífica y respetuosamente con el entorno durante milenios. A principios del siglo XXI, los remanentes de esa cultura casi aniquilada continuaban luchando por sus derechos en el ‘Occupy Vancouver’.

De 23 Canada
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El trabajo en el restaurante de comida rápida… qué decir. No ha sido la experiencia más gratificante del viaje, desde luego, pero ha sido una experiencia, y como tal, un aprendizaje. A nivel práctico me ha permitido sobrevivir económicamente en Vancouver y disfrutar y conocer una de las ciudades más innovadoras y cosmopolitas que hasta ahora había visitado; y a un nivel más personal he conocido de primera mano y sufrido las condiciones de trabajo de un sector nada desdeñable de la sociedad: la avaricia de los empresarios, las estrategias de control sobre los trabajadores, la rutina y apatía del día a día, la falta de derechos y la precariedad laboral, el “trepismo” de ciertos compañeros por arañar un puesto algo menos denigrante, la solidaridad entre todos los demás y el apoyo mutuo… son lecciones que creo que no se integran en uno mismo hasta que no se sienten en primera persona, y me alegro de haberlas vivido, aunque no siempre haya sido fácil.

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Siempre fui consciente del gran privilegio que suponía saber que era una vivencia con fecha de caducidad, y podía ponérsela cuando quisiera… podría haberlo echo mucho antes, ganas nunca me faltaron, pero el estrecho círculo de amistades que me había creado en Vancouver y la ciudad en sí bien merecían el esfuerzo. Y así pasaron los meses…

Mi casa…De 23 Canada

Cuando iba camino del cuarto mes en la ciudad, el ansia del viaje pudo con cualquier otro sentimiento y en tan sólo una semana, puse fin a la realidad que poquito a poco y con cariño había construido en la que está catalogada como una de las ciudades más habitables del planeta.

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El lunes fue otro día rutinario de trabajo, el martes presenté la dimisión ante la sorpresa de los jefes y de muchos compañeros, el miércoles celebré una cena con motivo del abandono del trabajo- cumpleaños-despedida, y el jueves estaba ya viajando por Vancouver Island, la mayor isla de Norteamérica, del que apenas pude conocer superficialmente la parte sur.

Hugs for my birthday!De 23 Canada
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Su ciudad principal, Victoria, es todavía la capital del Estado, y un remanente de la conquista británica, como fácilmente se puede observar paseando sus calles. Allí nos alojaron Yogev y Be, una pareja israeli-canadiense, con la que compartimos risas y experiencias viajeras, una visita a los rincones más perdidos de la isla, y lo mejor de todo, su deliciosa cocina vegana. No había tiempo para más, esa misma noche recibiría en Vancouver la esperada visita de Enrique.

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Este viejo amigo me había sorprendido una semana antes proponiéndome su improvisada visita, no podía ser más oportuno, pues tras dejar el trabajo las ganas de volver a preparar un viaje a la antigua usanza me podían. Yolo se uniría también, y ya que su pasaporte mexicano no era bienvenido en los Estados Unidos nos lo ponía verdaderamente fácil a la hora de elegir la ruta, mi buena amiga María tuvo a bien prestarnos su coche para facilitarnos la aventura, y Sebastian, un joven alemán compañero de trabajo se apuntó en el último momento… ¡invierno, allá vamos!

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Deporte mañaneroDe 23 Canada

Más que improvisado, el viaje fue directamente no planificado. Teníamos el boceto mental de llegar a las Montañas Rocosas en pequeñas etapas, pese a las varias decenas de grados negativos que anunciaban las previsiones; teníamos ganas, ilusión, irresponsabilidad, sacos de dormir y tiendas de campaña. Lo teníamos todo, menos neumáticos de invierno. Esa primera noche, bajo la impresionante nevada que nos atrapó al empezar a ascender la Coquihalla Highway, nos tocó estrenar las tiendas y acampar sobre y bajo la nieve en una de las salidas de la autopista. Puede parecer frío, y probablemente lo fuera, pero la sensación de libertad y felicidad ante la adaptación a las dificultades vence a todo lo demás (al menos así nos pareció a algunos de nosotros).

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Cualquier sitio es bueno para un guiñoteDe 23 Canada
¡Buenos días, mundo!De 23 Canada
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Al día siguiente llegamos a nuestro primer destino: Kelowna, parando por a almorzar en un lago y aprendiendo la sofisticada técnica de la pesca en el hielo por verdaderos profesionales. En Kelowna, tras la obligatoria cata de vinos tan tradicional en el Okanagan, Chris nos alojó en su casa, nos colmó de atenciones y caprichos, y nos despedimos al segundo día realizando una ascensión nocturna a una de las montañas heladas que se alzan sobre el lago, el ron caliente con especias que iba en nuestros termos ayudó a calentar los espíritus en aquella fría noche en el valle.

El lago en cuestión…De 23 Canada
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Nos habríamos quedado más, pero debíamos continuar ruta si queríamos estar de vuelta en Vancouver a tiempo para nuestros respectivos vuelos. El pueblo de Nelson, enclavado entre montañas a los pies de las Rocosas era el siguiente objetivo, era éste un lugar que no quería dejar de visitar antes de abandonar el oeste canadiense: tradicionalmente considerado como un valle sagrado entre los indígenas americanos por la fuerte energía que emitía, dos hermanos de Washington levantaron una compañía minera 200 años atrás extrayendo del valle gran cantidad de preciados cristales; a medida que los recursos iban desapareciendo y los trabajadores emigraban, hippies venidos de todas partes del mundo se fueron asentando durante la segunda mitad del siglo XX atraídos por esa misma energía del subsuelo y llevando a cabo todo tipo de proyectos ecológicos, económicos y artísticos, creando un ambiente similar al que anteriormente había podido ver y disfrutar en pequeñas localidades de India, Guatemala o Tailandia.

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Disfrutamos del agradable ambiente invernal del pueblo, mucho más tranquilo incluso de lo que esperábamos, y continuamos ruta a Revelstoke, en el norte, o eso pensábamos. Fue una inesperada tormenta de nieve la que nos obligó a dar la vuelta en mitad de la montaña, era un riesgo innecesario continuar con nuestro plan debido al peligroso estado de las carreteras.

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“No hay casualidades, todo tiene un motivo, su razón de ser” -nos hubieran dicho en Nelson-, nunca sabré si ese frente frío acompañado de bajas presiones que azotaba furiosamente el Oeste formaba o no parte de un plan divino, pero gracias a él terminamos siendo invitados a quedarnos en una casa comunitaria que preparaba una cena con invitados de lujo. Talleres de confección de cazasueños, cocina internacional, canciones, danzas, juegos, risas, sueños… hicieron de esa improvisada noche en Nelson una de las más especiales de todo el viaje.

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Pero no había tiempo para más, los días habían pasado sin darnos cuenta y todos abandonábamos Canadá en aviones que partían hacia diferentes direcciones. El contraste del blanco suelo y cielo azul del interior iba poco a poco dando paso al gris lluvioso de Vancouver. Afortunadamente sí hubo tiempo para despedidas, tantas nuevas amistades, tantos sentimientos, tantas experiencias… de repente se convirtieron en recuerdos tras la delgada línea de ese abrazo que uno quisiera prolongar indefinidamente.

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Y ya, tuve la suerte de abandonar Vancouver en compañía de Enrique, y acampar con él la última noche de otra etapa que se cerraba en el aeropuerto de Seattle, tras un festín intempestivo de comida asiática. Un vuelo de madrugada que a veces preferiría no haber tomado me depositaba varios cientos de millas al sur, en mi cabeza aún adormecida comenzaba a resonar una famosa melodía de los 60’s:

“If you are going to San Francisco…”

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¡Gracias chicxs, por participar en el regalo-sorpesa! y aún más gracias a quien esto inventó, cortó, pegó y cosió. Aquí os muestro el resultado, ahora os tengo aún más a mano.

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Fregando platos

16 noviembre 2011

Texto que llega con un exacto mes de retraso… ¡Cruel procrastinación, deja ya de ensañarte conmigo!

Vancouver, BC, Canada,

-día 759 –

Comenzaré hoy reproduciendo un escenario corriente, común en los hogares de todo el mundo: tras ser invitado a una generosa cena, me presento voluntario a fregar los platos, Frances viene a ayudarme y comienza una ordinaria conversación que viene ya directamente doblada al castellano, en enlazadordemundos.wordpress.com todo son comodidades:

Adrián: «Por cierto, Laura me ha invitado a pasar el Día de Acción de Gracias con su familia en Kelowna, me han dado un par de días libres en el trabajo y aprovecharé para recorrer el Valle del Okanagan».
Frances: «¿Ah, sí? A mí también me invitó, pensaba ir con el coche el viernes por la tarde, viene muchísima gente, ¡va a ser un gran fin de semana!»
A: » ¿Te llevas el coche? Y que te parece si… ¡claro, si salimos unos días antes y nos vamos a las Montañas Rocosas!»
F: «¿En tan poco tiempo? No sé yo si…»
A: «Sí, bueno, será rápido, pero mejor que nada, ¿no? Podemos conducir de noche para ganar tiempo, es más, voy a llamar a un par de amigos que seguro se apuntarían y así compartimos gasolina…»
(Todavía quedaban restos de thai green curry en la mitad de los platos y ya teníamos organizado un improvisado road trip de una semana por las Rocky Mountains: un coche, cuatro personas, dos tiendas de campaña y grandes dosis de irresponsabilidad. Saldríamos pasado mañana).

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Todo sucedió tal y como estaba no-planificado: menos de 48 horas después salíamos en un coche que rezumaba comida y trastos de acampada, llovía a cántaros en Vancouver, y la noche empezaba a caer sobre la ciudad. Próxima parada: el Parque Nacional de los Glaciares.

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Se notaba como el frío había ya tomado el interior de la provincia, una lluvia fina se había mantenido fiel a nosotros durante todo el viaje y el otoño, que se presentó de golpe y con prisas ya lo había cubierto todo de amarillo nostalgia. No una sino varias canciones de La Ronda de Boltaña se solapaban en mi cabeza… el problema no mejoró cuando me encontré de repente con una réplica a tamaño natural del macizo de las Tres Sorores.

De 23 Canada
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No es conocido Canadá precisamente por ser un destino económico para el turista, llevábamos meses aprendiéndolo, y toda la infraestructura turística de las Rocosas no cumplía otra función que la de darnos cierta envidia cuando el frío y la lluvia arreciaban más de lo previsto. Pero los que tan improvisadamente nos habíamos aventurado a la excursión ya sabíamos que para dormir no hace falta más que sueño, que ninguna comida se saborea más que cualquier cosa asada en un fuego abierto tras una dura jornada de montaña, y que no hay mejor manera de terminar esas jornadas que compartiendo una botella de vino y risas bajo los resplandecientes glaciares y una incipiente nieve que comienza a cubrirlo todo… es hora de dormir, acurrucados y tiritando, mientras se escucha el rugir de la lucha de las aguas del río contra las rocas.

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Y así transcurrieron los días, veloces como el paso del otoño, conduciendo de noche, pateando de día, entre bosques, lagos y glaciares. Se dio la particularidad de que este 12 de octubre, dos maños autocondenados al ostracismo celebramos nuestra fiesta particular ascendiendo la Ruta de los Siete Glaciares y llevando el cachirulo bien alto.

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Una vez se puso el sol, como ya me tocó hacer anteriormente tantos domingos por la noche, tuve que dejar atrás los montes y emprender camino hacia tierra plana, con escasas diferencias: antes dejaba atrás esas tucas del Sobrarbe, y ahora descendía de las Montañas Rocosas, las mismas ganas de quedarme, la misma tristeza.

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Fue una larga ruta descendiendo entre interminables valles que brillaban intensamente a la luz de la luna, horas y horas de zig-zags, bosques, nieves, ríos, lagos… que se iban haciendo más y más sutiles, aun sin nunca llegar a disiparse completamente, pues es el paisaje que da razón de ser al Estado de British Columbia, y este estado es la imagen que a cualquiera le viene a la mente cuando le mencionan la palabra «Canadá»; pasada la medianoche llegábamos al pueblo de Kelowna, en pleno corazón del Okanagan. Laura salió a recibirnos, hambrienta de detalles del que fue calificado como «alocado» plan, nosotros los intercambiamos gustosamente, hambrientos de necesidades más mundanas. Todos quedamos ampliamente satisfechos con el resultado.

El Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day), que todos hemos visto hasta la saciedad gracias a la incansable labor de Hollywood por exportar sus valores culturales a lo largo y ancho del globo, parece que tiene su origen en una combinación de tradiciones europeas e indígenas americanas, donde ambas culturas daban gracias por una fructífera cosecha. Debido a las temperaturas que se nos vienen y a lo poquito que dura el otoño en estas latitudes, en Canadá se celebra un mes y medio antes que en el vecino sureño, y su ejecución es tan simple y maravillosa como cualquier otra fiesta de relativa importancia en otro punto del planeta: festival de platos. Tantos como quepan en la mesa, con el tradicional pavo como estrella principal, ¿pero sólo vas a comer eso? ¡de mi casa tu no te irás con hambre! ¡paf! antes de que te des cuenta ya te han calzado otro plato. Y es que hay ciertos comportamientos que parecen estar bien enraizados en el inconsciente colectivo humano, afortunadamente.

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Pasamos el día que nos quedaba explorando el valle del Okanagan, pequeño oasis de sol y agradables temperaturas alrededor de un fértil lago, un pequeño microclima mediterráneo que ha favorecido que la región se subespecializase en la bodega de Canadá, con nuevos pero prometedores vinos, quesos y aceites. Laura, acumulando aún más méritos de anfitriona ejemplar, nos preparó un circuito por las bodegas alrededor del valle, catando los diferentes vinos que se cultivan en la región, incluido el famoso ‘ice wine’, que se cosecha cuando las uvas están ya congeladas conservando así el azúcar más concentrado y resultando un vino dulce especial para postres. En definitiva, un día atípicamente esnob que puso fin a la improvisada escapada.

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Moraleja

Fregar los trastos puede resultar mucho más divertido de lo que puedes creer.

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Vancouver

26 octubre 2011

Vancouver, BC, Canadá

-día 738-

(Todas las fotos son tomadas en la ciudad de Vancouver y alrededores)

Y como venía diciendo: el Twin Image atracó en Vancouver un 17 de agosto de 2011, y yo con él. ¿Y qué haría yo en Vancouver? ¡Yo qué sabía! Había llegado totalmente por casualidad, como podría haber llegado a Acapulco, Lima o Valparaíso, con el único equipaje de un permiso de trabajo en Canadá válido por un año y unas ganas agresivas de vagabundear por tierra firme.

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La agenda de nuestros primeros días era clara y concisa: había que darle un repaso al barco de arriba a abajo, sacarle brillo, dejarlo como nuevo… y eso ni pintaba fácil ni relajado. Evidentemente, hubo problemas: problemas con mi visa, problemas entre los miembros de la tripulación, problemas con los plazos… Sólo en nuestra segunda noche en tierra, un altercado que derivó en violencia entre el propietario del velero y uno de los tripulantes, hizo estallar en mil pedazos esta guerra fría que se había alargado durante meses. Un lamentable espectáculo que puso fin a la odisea náutica; semanas después vendrían intereses personales, trucos de prestidigitación, dijedigodigodiegos, promesas, juicios y amenazas.

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Pero Vancouver se mostraba amable y nos recibió con sus primeros días soleados y calores estivales (a mediados de agosto). Personalmente, todavía no tenía dónde acudir ni estaba motivado para pagar un albergue, así que olvidando que un día tuve dignidad, me quedé varios días más viviendo en el barco hasta que encontrase algún lugar donde guarecerme. Una vez pasó la tempestad y el barco quedó vacío y a mi merced, tuve la sensación de recuperar un sentimiento de libertad que no sentía desde que abandonase Filipinas, casi 3 meses atrás, y tenía pensado hacer uso de ella. Para ese día, el grupo de Couchsurfing de Vancouver había organizado un evento en Wreck Beach, una playa natural al oeste de la ciudad rodeada de bosques y montañas -aún nevadas-, y nudista. El ambiente más liberal y bohemio de Vancouver estaba concentrado en varios metros de arena, y el contraste viniendo de la casta y conservadora Asia no podía ser más radical.

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Contraste en todos los sentidos. Allí conocería a mis primeras amistades en Norteamérica, y también me empezaría a familiarizar con el individualismo, el respeto extremo y la discreción tan poco abundantes en el lugar de donde venía. Esa primera mañana empezaría a planificar mi futura vida en la ciudad donde pensaba establecerme… provisionalmente: casa, trabajo, bicicleta, descubrir la ciudad… me llovían opciones y oportunidades, lo difícil era decidirse por una.

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Y es que Vancouver guarda la reputación de ser una de las ciudades con mayor calidad de vida de todo el planeta, tiene de todo: playa, montaña, bosques, ríos, cultura, asociacionismo, multiculturalismo… sin salir del centro. Lo que la publicidad tiene más calladito es que también es uno de los lugares más caros para vivir, y que ese sol tan simpático que nos recibió suele estar escondido tras una cortina de lluvia más de nueve meses al año. Prioridad absoluta: encontrar un trabajo, ya.

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Pete me alojó en su casa durante casi una semana y me dio valiosos consejos para empezar a moverme en la ciudad; Kat me hospedaría más adelante y haríamos algunas escapadas por los alrededores; Kaye -la enfermera y amiga filipina con la que hice el voluntariado en un orfanato indonesio- llegaría después de visita desde Los Ángeles, llevándome a vivir con la comunidad filipina en Vancouver… parecía que la cuestión laboral podría esperar…

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Desde el coche…

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Pero la dura realidad era que esa vida no podría durar mucho, y diariamente dedicaba una parte del día a buscar habitación y trabajo, a principios de septiembre había conseguido ambas cosas…

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Con respecto al trabajo, las prisas y la necesidad hicieron que terminase aceptando un puesto en un restaurante mexicano, el fenómeno Banderas está en alza, y ahora hago burritos, quesadillas y tacos, aprendiendo la experiencia del ritmo de trabajo en Norteamérica y toda una serie de interesantes reflexiones que espero publicar aquí un poco más adelante (siiii, vaaaaale, con foto incluida, ¡ay que ver cómo sois!)

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Y en lo que respecta a la casa… ha sido la comidilla y el tema diario de conversación de todos mis amigos durante semanas. Incapaz de encontrar un lugar en una casa comunitaria como llevaba intención, alquilé una habitación barata a las afueras de la ciudad con un tipo al que catalogué como «interesante» durante la entrevista. Este compañero de piso, mayor, periodista de profesión, activista comprometido con la ecología y los derechos humanos con el que charlé durante horas en torno a un té orgánico hecho y mezclado por él; resultó ser un cuadro psiquiátrico agudo y florido de los que veía frecuentemente por el hospital. Las anécdotas que en mi casa ocurrieron durante el mes de septiembre no darían para una entrada sino para un libro entero, a caballo entre la ciencia y la comedia. Aguanté estoicamente, un mes entero, un mes horrible, para poder recuperar una fianza que a duras penas cobré al final. Pese a todo, reinauguré mi habitación de Couchsurfing, las ganas de devolver parte de todo lo que se me ha dado durante todos estos años pudieron a los «pequeños contratiempos», y volví a alojar a viajeros de todo el mundo, que a su vez hicieron la estancia un poquito más agradable, y la casa parecía un poco más un hogar. El 30 de septiembre, salía por la puerta rumbo al que sería mi hogar de verdad.

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Couchsurfing life style

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Pero entonces… ¿qué hago aquí? ¿será que me gusta que me exploten haciendo burritos y compartir casa con un enfermo incapaz de vivir en comunidad? No voy a mentir, no ha sido fácil, pero tampoco nunca dije que el Viaje fueran sólo momentos agradables nostálgicos de recordar. El Viaje es vivir a gran intensidad, lo bueno y lo malo, y con intensidad se aprende.
Vancouver también me iba dosificando muy buenas sorpresas y aventuras, me reservaba amigxs que me han ayudado en todo lo posible y con los que he vivido momentos inolvidables, me aportó sabiduría y perseverancia, me regaló experiencias y reflexiones, me dio vida… en sólo dos meses.
No sé cuánto tiempo más le terminaré dedicando a esta ciudad que me dio la bienvenida a la esperada América, las novedosas experiencias van poco a poco tornándose en rutina y mi mente hace planes, planes, planes, a mayor velocidad de lo que puedo asimilar. Al final, como suele pasar, fruto de la casualidad o el impulso, uno de ellos trascenderá, me obligará a actuar, y me pondré de nuevo en marcha, rumbo a todavía no sé dónde. Pero no me quiero adelantar a los acontecimientos…

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Dim Sum with Couchsurfers

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Balkan Night

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¿A alguien más le resulta familiar? Hallada perdida en North Vancouver

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En el próximo episodio…

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… y que cumplas muchos más!

19 octubre 2011

Vancouver, BC, Canadá

-día 731-

Y ya dos años desde que cruzase aquel Puerto Biello, que se dice pronto…

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Dos años intensos, de intensas aventuras, intensos pensamientos, intensa soledad, intensos encuentros, intensos problemas, intenso aburrimiento…

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Dos años de rico aprendizaje…

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de severa autocrítica…

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de creerme perdido…

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y encontrarme de nuevo.

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Dos años de resistencia y de adaptación plena a cualquier circunstancia…

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de descubrir las pocas cosas materiales que realmente necesitamos para viajar, el escaso presupuesto con el que se puede seguir adelante y de reflexionar sobre todas aquellas «necesidades» que siempre hemos creído básicas, obligatorias e imprescindibles.

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De creer estar conociendo de primera mano lo que realmente necesitamos para ser felices…

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El año pasado sobre estas fechas, exactamente en esta misma fecha, reflexionaba sobre el viaje durante una lluviosa mañana en Rangoon, Birmania. Esas líneas nunca fueron publicadas, hoy reproduciré parte de ellas:

[…]Parece fácil en principio saber cuánto he perdido por el hecho de no haber trabajado durante el pasado año, basta saber multiplicar por 12 (a fecha de hoy ya serían 24) , redondear y restar. Las ganancias, en cambio, son algo más complejas de cuantificar…


¿a cómo está actualmente el pack de diez puestas de sol?
¿cuánto gano jugando con los niños de Muang Ngoi Neua, Laos, intentando enseñarles que aunque distintos, somos todos iguales?
¿cómo puedo obtener un beneficio comprometiéndome con la causa tibetana o birmana?
¿cuánto cobran por hora de conversación los indios que aleatoriamente se sientan contigo a compartir té, samosas y curiosidades?
¿qué interés anual recibiré por los idiomas, conocimientos y experiencias que voy acumulando?
¿Cotizan al alza las acciones de SONRI.SA en los países más castigados? ¿es arriesgado invertir?
Si monto en un tren ruso con 3 paquetes de sopa de noodles instantáneos, entrego dos, y recibo gestos de agradecimiento y ternura durante el resto del viaje, ¿cuánto me queda al final?, ¿y si divido mi mate entre infinitos curiosos por una novedosa y amarga bebida, me queda cero como dice la aritmética?
[…]

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«No tendré nada en mi bolsa,

pero soy millonario con mis viajes»

Miguel Manrique, vagabundo argentino

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Gracias, María, por la sorpresa del jamón, nunca se me habría ocurrido mejor manera de celebrar nada.
Y también a ti, Frances, por el vino que lo acompañó y por ayudarme en mi primera experiencia con la empanada.

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Vuelta a casa

8 septiembre 2011

Vancouver, British Columbia, Canada

-día 691-

Anochece en Vancouver, de nuevo sin una nube en el cielo. La gente camina con prisa por los impolutos barrios pudientes entre las avenidas de Granville y Broadway. Van con prisa porque llegan tarde a yoga, o al gimnasio, o a la cita con sus amigos en una de las agradables terrazas que todavía sobreviven en este atípico mes de septiembre. La mayoría van a casa.

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También yo puedo decirlo, dos años después puedo pronunciar esas sencillas y comunes tres palabras: “voy a casa”, y ésa es mi intención. No vengo de casa, vengo del barco, cargando de nuevo la inseparable mochila llena de las últimas pertenencias que tenía que recoger, y pesa, tanto que ni siquiera cogí la bici, así que voy directo a la parada del autobús.

La parada está llena, llena de gente que vuelven a sus hogares, ¿por qué? ¿qué pasa en casa? -me pregunto- y me doy cuenta de que nada especial sucede en mi casa, que ni siquiera me espera un panorama cómodo, así que no veo por qué tengo que ir… Mi autobús es el 99, pero llega el 16, y me planteo la siguiente pregunta: ¿qué autobús coger cuando uno no sabe dónde ir? Me subo.

De repente todo cambia y se acelera: las luces de la ciudad que hasta ahora estaban fijas, aparecen y desaparecen a gran velocidad sobre el puente de Burrard, las canciones que en un momento u otro de mi vida fueron ‘importantes’ se suceden una tras otra, las mismas caras que me acompañaron en la parada ahora toman otro color, el color de India, de China, de México, de Thailandia, de Camerún, de Bolivia, de los olvidados Territorios del Norte… siento incertidumbre y felicidad, es la libertad de la inseguridad, es el viaje encapsulado: el viaje dentro del viaje, y mi mochila tampoco quiso dejarme solo esta vez.

El bus nº16 continuó su ruta hacia el Downtown, barrio financiero y casco antiguo. La calle de Hastings, conocida en todo Norteamérica por mostrar mejor que nadie lo que nadie quiere ver, hacía méritos a su fama: un ejército formado por los colectivos más vulnerables de las grandes ciudades había tomado las calles en masa. Las aceras del centro de Vancouver se convertían de noche en un gran campamento sólo comparable con la rivera del Hooghly en Kolkata, salvo por un elemento que resultaría sencilla y cruelmente incomprensible en el Golfo de Bengala: en esta parte del mundo, la mayoría de los acampados, eran rubios. Pero no todos, y para el ojo poco familiarizado que observa tras la ventana del autobús, se podía observar una convivencia y camaradería ejemplar, casi modélica, entre aquellas gentes venidas de todos los rincones del mundo, que luchaban a brazo partido por sobrevivir en estas calles un día más.

Y el Downtown también quedó atrás, la interminable East Hastings atravesó después los barrios de Chinatown, las agitadas calles de Main Street, el ambiente bohemio y desenfadado de Commercial… sin cambiar nunca de dirección; hasta donde se pierden las últimas luces, hasta donde pasan los últimos coches, hasta donde ladran los últimos perros, hasta donde ya no queda nadie más en el autobús nº16.

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