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Rumbo al oeste

10 febrero 2010

Jinghong, Xishuanbanna -dia 116-

De nuevo, espero comprensión por el vacío de información de los últimos tiempos, vuelvo a la carga con las últimas novedades:

Macau, para ser uno de los países más pequeños del mundo, resulta además ser dos países completamente diferentes: por un lado, preciosas calles, plazas, iglesias y monumentos, vestigios de un pasado colonial portugués no muy lejano que dio a la península un sorprendente aire mediterráneo, decorado ahora con todos los adornos que anuncian el inminente Año Nuevo Chino. Por otro lado: la vida nocturna y el juego; siendo que los casinos están prohibidos en Hong Kong y China en una sociedad con tendencia a la ludopatía, no sorprende que desde que me monté en el ferry que me trajo siguiendo la costa desde Hong Kong me inundaran de publicidad prometiéndome fortunas. Y cuando las luces de los palacios y los retablos portugueses se apagan, una nueva ciudad no apta para epilépticos despierta, disparando sus neones por todo el país.

Y al margen del aspecto exterior de Macau -donde destaca con mal gusto desde cualquier punto el Casino Lisboa-, del casco antiguo patrimonio de la humanidad, de cierta gastronomía y de la mayoría de rótulos escritos en cantonés y portugués; nadie siente la más mínima afinidad por el lejano Portugal ni por su lengua -cooficial en el país- totalmente incomprensible para el 99% de los macaenses.

Debí tener a todos los astros en mi contra mientras pasaba por Macau y todo me salía mal, sobra decir que solo entré en los casinos para observar la fauna, además de que con todo lo que llevaba encima no me llegaría ni para el parking, sí me extrañó en cambio que el monstruo de la entrada no me tirara para atrás al solo ver mis pantalones de batalla, pero sorprendiéndome y sorprendiéndoos, entré, miré y me fui. Y me fui del todo, preparando mi hatillo a la noche siguiente y regresando al agradable caos chino, emprendiendo nueva ruta, tomaría el camino del oeste recorriendo todo el sur de China esperando escalar algún día al esperado y prohibido Tibet.

Pasé de nuevo rápido por Guangdong, al refugio de caras conocidas, y la región de Guangxi fue la siguiente parada. Rural, pobre y aislada, la Región Autónoma de Guangxi es rica en minorías étnicas e impresionantes paisajes.
Incluso en la caótica ciudad de Guilin es facil encontrar una piedra y descansar a la orilla del río Li, donde los flautistas aprovechan para practicar, los pescadores faenan en sus canoas de bambú, muchos pasean o practican tai-chi, y yo escribo. Y así, en un ambiente que echaré de menos en cuanto cruce la siguiente frontera, el tiempo pasaba sin darme cuenta.

Si así es la ciudad, podéis imaginar cómo es el campo: una barcaza me descendió el río hasta el pueblo de Yangshuo, no puedo describir los paisajes ni colgar muchas fotos, pero espero que estas imagenes me ayuden un poco…

Uno de los momentos más especiales de todo el viaje fue cuando me perdí en bici por los alrededores, entre ríos y escarpadas montañas tropicales, llegando a pueblos anquilosados siglos atrás, recibiéndome la gente con sonrisas a falta de poder llevar a cabo cualquier otra comunicación… no soy tan bueno escribiendo para poder describir lo que me supuso Yangshuo, pero entre otras cosas, una mezcla de felicidad y satisfacción junto a más ganas de querer seguir conociendo y comprendiendo. Quería más, y me adentré en la montaña; a más de mil metros de altura la vida no es fácil, y la gente tuvo que adaptarse para poder cultivar en estas condiciones excavando terrazas por todo el valle, tan altas como las propias montañas, las mujeres allí conservan sus trajes tradicionales, y su pelo, enrollado bajo el pañuelo, llega hasta más allá del suelo. Yo regresaba a la montaña tras más de tres meses de tierra plana, y lo aproveché bien, pateando montes y pueblos tan a gusto, que perdí el último autobús para volver al mío, me tocaba andar… y mucho; afortunadamemente un coche pasó y me llevó valle arriba, pero ¡oh!media montaña se acababa de desplomar sobre la carretera, me tocó andar al final.

En Guangxi pasé más de una semana, y habría seguido muchas más, pero de nuevo mi visado y el viaje me lo impedían. Otro tren de pollos me llevó, tras muchas horas de viaje, a la región de Yunnan. Kunming, la capital, no tenía más particularidad que un reencuentro fugaz con Fátima y Kimmo, que hacían ruta parecida a la mía, pero de oeste a este, camino de Vietnam. Tango y yo marchamos para el sur de la región, a Xishuanbanna, último pedacito chino enclavado entre las fronteras de Laos y Birmania, conocido como “la pequeña Thailandia china”; una gran zona de selva tropical, donde el calor aprieta y a mí me gusta, y una esencia de sureste asiático predomina en el ambiente. Contrastando con la mayoría “han” del resto del país, los “dai” son la etnia principal en la región, y el thai se antepone al mandarín en todos los carteles, el pollo con coco es la especialidad culinaria y los elefantes pueblan las selvas que rodean a Jinghong, ciudad atravesada por el Mekong, donde tuve mi primer contacto con este “compañero de viaje” que desde su nacimiento en las mesetas del Tibet hasta su desembocadura en el sur de Vietnam, espero coincidir a menudo con él en los próximos meses. Estos alrededores pude recorrerlos ayer en bicicleta hasta encontrar una cascada perdida en medio de la selva, atravesando pueblos que me recibían con las mismas sonrisas y hospitalidad que viene caracterizando a los chinos.

Y ya, aprovecharé estos últimos días escondiéndome selvas adentro para disfrutar de un último y prolongado contacto con pueblos y naturaleza más inaccesibles, y de mis últimos días de manga corta y sandalias antes de dirigirme, a principios de la próxima semana (ya que el Año Nuevo y la paralización del país entero que supone, me ha dejado tirado aquí sin poder moverme) a las montañas que llevo tiempo esperando, al reencuentro con la nieve y el hielo que prometen viajar conmigo en las siguientes semanas de viaje.